8 de abril 2021
El estallido social del 18 de abril del 2018 ha dejado una marca imborrable en todo un pueblo que continúa resistiendo a una brutal dictadura porque quiere vivir en un régimen de democracia y libertad, con estado de derecho, respeto a las instituciones y a los derechos humanos, y, en general, en una Nicaragua diferente de la que hemos tenido hasta hoy.
Abril del 2018 no fue para un cambio cosmético, no para que haya un orteguismo sin Ortega, ni para que el resto de la clase política continúe traficando con los intereses populares como lo ha hecho hasta hoy. No se trata de continuar con la misma manera de hacer política que ha prevalecido hasta ahora.
Para dar un salto hacia el futuro, reponer el tiempo perdido y establecer las bases para alcanzar el desarrollo en unos 50 años, es que ocurrió abril del 2018. Pero es difícil emprender esta tarea porque hay que sacudirse siglos de sometimiento extranjero, de corrupción, de arribismo, de poner por encima de todo el interés personal en detrimento de las necesidades de la sociedad.
La profundidad y radicalidad de las transformaciones deseadas revela el hastío, sobre todo de la juventud, con la política tradicional, con la hipocresía, con las trampas, con el transfuguismo, con el aprovechamiento personal y familiar de la cosa pública y la subordinación a intereses extranjeros y de grupos de poder.
Ciertamente las demandas de abril no están acompañadas por una fuerza política que se le oponga activamente a la dictadura mediante diversas formas de protesta, salvo los esfuerzos realizados primero desde la Alianza Cívica y la Unidad Nacional y luego desde la Coalición Nacional, que no fueron capaces de estructurar una resistencia pacífica organizada de la ciudadanía en todo el país con capacidad para expresarse constantemente.
La dictadura barrió a sangre y fuego con los tranques del estallido social del 2018, utilizando fuerza letal y desproporcionada, con la consiguiente violación de múltiples derechos humanos, cometiendo incluso delitos considerados de lesa humanidad, por los cuales deberá responder ante un tribunal universal.
Desde entonces la dictadura comenzó a establecer una especie de Estado de sitio y ley marcial no declarados con soldados de la Policía con armas largas en las calles, rotondas y otros sitios como frente a casas de líderes políticos opositores, de ex reos políticos, y periodistas, y con una sistemática oleada represiva en forma de leyes, judicializaciones, vigilancia, hostigamientos y capturas de parte de los policías.
Abril del 2018 abrió una ancha y profunda brecha entre la mayoría de la ciudadanía y la bestial dictadura del “¡Vamos con todo!”, que no ha podido ser cerrada ni siquiera en un milímetro pese a la violencia organizada del Estado represivo para obligar por la fuerza a la población a reconocerlo como una autoridad legítima.
Por el contrario, la familia Ortega-Murillo, que ejerce un control absoluto del Estado, ve todos los días con desesperación cómo avanza el tiempo y el abismo que la separa de la gente continúa abierto, pese a sus denodados esfuerzos por imponer su orden violento y represivo en el que juega un rol importante el discurso diario de R. Murillo, incansable en sus fallidos esfuerzos por desacreditar a los azul y blanco.
Los desenlaces inmediatistas que abrió abril bajo la consigna de ¡Que se vayan!, que parecían estar a la vuelta de la esquina, fueron sepultados por el tiempo y la brutal represión del régimen que ha causado más de 300 asesinatos. Los movimientos auto convocados surgidos espontáneamente en todo el país no lograron un desarrollo superior, la dictadura logró recuperarse de un momento único en que parecía tambaleante y cerca de caer y a punta de bayonetas caladas ha logrado mantenerse en el poder.
Ahora el espíritu de abril parece tan lejano sobre todo cuando escuchamos disputas entre liderazgos políticos, cuando se nos revuelve el estómago porque algunos se pelean diputaciones y otros al dedazo quieren imponer candidaturas. Da vértigo cómo el pasado se asoma en medio de los sueños tratando de arrebatarnos la ilusión forjada en las marchas y en los tranques en todo el país.
Pero de vez en cuando asoman destellos de abril, como cuando se rechaza de plano la continuidad de la dictadura orteguista, se repudia la candidatura oficial del candidato perpetuo del corrupto partido gubernamental, se demanda la libertad de los reos políticos, el restablecimiento de las libertades, las reformas electorales y una participación ciudadana consciente, verdaderamente protagonista, para que de una manera casi encarnizada defienda el voto, si se llegara a ese momento, para establecer un régimen que nos catapulte al futuro.
Las estrellas de abril surcan los cielos apuntando de manera indudable al establecimiento de un nuevo orden que incluye el desmantelamiento de los paramilitares, reformas profundas en el Ejército y la refundación de la Policía así como el esclarecimiento de los asesinatos, la identificación de los presuntos asesinos, su juzgamiento imparcial, con el debido proceso, sin ánimo vengativo sino de justicia, reparaciones morales y materiales a los familiares de las víctimas y el establecimiento de medidas que impidan que se vuelva a instalar en Nicaragua otra dictadura.
Romper con una cultura tan arraigada requiere una profunda transformación de la conciencia que debemos preguntarnos si realmente ocurrió en ese chispazo de lucidez de abril que supuestamente nos catapultó a un nuevo orden, porque existe el supuesto de que la indignación acumulada ante los atropellos de la dictadura, de súbito incendió la pradera, y emergimos del incendio con cierto asomo de purificación. ¿Es posible? ¿Se producen estos viajes en el tiempo, estas transformaciones ideológicas, en lapsos tan breves?
Como sea, debemos darle una base material a la ilusión.