20 de marzo 2021
En comparecencias, reportajes y entrevistas se repite la expresión “aterrizaje suave”. Una frase dulce y de apariencia inocente que esconde todo un entramado de intereses y una estrategia concebida por un sector de las élites que se beneficiaron abundantemente del modelo económico y político que implantó Daniel Ortega.
Ese modelo, es pertinente recordarlo, se sustentaba en el ejercicio dictatorial del poder, desmantelamiento de la institucionalidad democrática, represión selectiva, fraudes electorales, en combinación con mecanismos de acumulación de fortunas a partir de la manipulación de los poderes del Estado para imponer precios de rapiña, repartir prebendas, administrar reservas de mercado, ordeñar recursos públicos mediante licitaciones y contratos amañados y, como agregado, protección y rentabilización de capitales ilícitos.
Dado que la estrategia pone en juego presente y futuro de los nicaragüenses, es menester que entendamos de qué se habla cuando se habla de aterrizaje suave.
La expresión se acuñó antes de abril del 2018 y básicamente denominaba una ruta para una transición política negociada.
¿En qué consistía ese aterrizaje suave?
Examinando declaraciones y exposiciones de distintos voceros se constata que los estrategas de la élite partían de un análisis que combinaba, entre otros, los siguientes hechos: primero, el modelo económico basado en el subsidio de la cooperación venezolana estaba agotado, lo que debilitaba las bases de sustentación económica y social del régimen; segundo, el Congreso norteamericano mostraba un inesperado consenso bipartidista en favor de la democracia en Nicaragua y, como correlato, hostil a Ortega. Esta nueva atmósfera incluía el trámite de la Nica Act y la amenaza de sanciones (Roberto Rivas fue sancionado en diciembre del 2017). La marea empujó también a la administración Trump y alteró la tranquilidad con que hasta entonces operaba la dictadura. Tercero, Ortega había suscrito un acuerdo con la Secretaría General de la OEA, que abría un camino institucional hacia reformas electorales.
Sobre estas bases calcularon que podía generarse un espacio de negociación que posibilitara transitar hacia una renovación del modelo político, una especie de orteguismo sin Ortega —pero con Ortega, lo cual no es un contrasentido— que permitiera preservar privilegios a unos y otros. Uno de los mentores de este enfoque, sin empacho escribió en una publicación lo siguiente: “Y todos tenemos que comprender que una sociedad en transición a veces tiene que aceptar que los privilegios se conviertan en derechos para poder seguir adelante”. La oración resume elocuentemente el enfoque “negociador” de los preconizadores del aterrizaje suave: Esto para mí, esto para vos. Nada para los demás.
Juzgaron asimismo que ellos podrían ser los pilotos y adoptaron al menos tres cursos de acción:
- Contrataron una firma norteamericana que cabildeara para contener la NICA ACT y la amenaza de sanciones. De este modo se presentaban ante Ortega como socios con capacidad de interceder en su favor.
- Los grupos más prominentes corrieron a controlar la Cámara de Comercio Americana, AMCHAM, en procura de colocar sus fichas, por considerar que podía constituir un instrumento privilegiado para incidir en estamentos norteamericanos.
- Intentaron abrir un canal de comunicación con la familia presidencial. Se conoció en círculos empresariales un famoso almuerzo en El Carmen, del cual se filtró hasta lo que comieron.
Pero los pases y compases de los aspirantes a pilotos llegaron tarde. Para esas fechas el establishment norteamericano ya había tomado partido en contra de Ortega. Esto no me lo contaron, personalmente me tocó participar en una reunión con un influyente funcionario norteamericano, en Washington, quien nos dijo: “allí, en esa silla se sentó uno de los miembros de lo que ustedes llaman oligarquía, para pedirnos que no se impusieran sanciones a Ortega”. Y después, señalando hacia otra silla, con la misma sorna agregó “y allí se sentó uno de los artífices del aterrizaje suave, abogando también por Ortega”.
Las protestas de abril del 2018 descuajaron la estrategia pues movieron mesa y fichas, y dejaron a todo mundo descuadrado. El primero en recuperar el control fue Ortega. Más avezado en estas lides, midió riesgos, costos y tiempos, y definió y ejecutó su estrategia: Ganar tiempo abriendo una instancia de diálogo, y reorganizar fuerzas para después sofocar a sangre y fuego las protestas.
La multiplicidad de actores surgidos al empuje de las protestas, el ambiente tóxico provocado por la embestida criminal del régimen y la aparición de la comunidad internacional como un actor que hasta entonces había estado “viendo para el icaco” contuvieron por un tiempo el ímpetu de los pilotos.
Sin embargo, en febrero del 2019, aprovechando la borrasca desatada contra el régimen de Maduro, promovieron un nuevo diálogo. Cuando Ortega comprobó que la borrasca había amainado, pateó otra vez la mesa y sepultó el renovado intento. A la par, los pilotos fracasaron en su empeño de someter a sus designios el variopinto tejido de organizaciones opositoras surgido de la rebelión de abril.
Ortega midió la fragilidad de la oposición, los límites de la comunidad internacional y el oportunismo medroso de las élites y resolvió que nadie podía darle mejores garantías para conservar su patrimonio, impunidad y espacios de poder, que él mismo. Ni gringos, ni OEA, ni oposición, ni oligarquía ofrecían garantía alguna.
La funesta advertencia de Tomás Borge se transformó para Ortega en una jaculatoria: “Todo puede pasar aquí menos que el Frente Sandinista pierda el poder. Podemos pagar cualquier precio. Digan lo que digan, hagamos lo que tengamos que hacer. El precio más elevado sería perder el poder”.
Ante las nuevas realidades se configuró la versión dos del aterrizaje suave, esta vez con otro piloto, otras condiciones atmosféricas y otra pista de aterrizaje. Ahora el piloto es Ortega, las condiciones son las impuestas por Ortega y la pista son las elecciones al estilo Ortega.
¿En qué consiste esta nueva versión del “aterrizaje suave”?
Con su pragmatismo miope y mezquino, practicado por más de doscientos años, las élites reconocieron que debían replantear la estrategia. Usted le puede llamar cohabitación, como le llamó uno, consenso nacional, amancebamiento, contubernio o como usted quiera. Da igual.
El nuevo aterrizaje suave ya no es para buscar una salida armoniosa de Ortega sino, al revés, para disimular el retorno de las élites al redil controlado por el dictador. Pretenden utilizar las elecciones como hoja de parra para esconder su claudicación.
En concreto, se someten a participar en elecciones en las condiciones que imponga el dueño del circo, con la expectativa de dotar de algún grado de legitimidad al proceso y minimizar así la hostilidad internacional al régimen. A cambio, la organización electoral ungida se legitimaría como la nueva oposición.
El enfoque se encuentra entrelazado con la “teoría del mono”, según la llamó un analista político. ¿En qué consiste? Parten de la premisa de que la desesperación del pueblo nicaragüense por salir de Ortega es tal, que votarían hasta por un mono en un circo electoral.
Calculan que, con una pequeña ayudita de Ortega, pueden imponerse como única opción electoral “opositora”, subordinar a las demás organizaciones opositoras —bajo la amenaza de quedar como parias en el desierto de la ilegitimidad— y hegemonizar la interlocución con Ortega.
La incógnita es si el 75% y más de los nicaragüenses que repudian a Ortega se someterán resignadamente a esta estrategia.