4 de febrero 2021
Las suspicacias con que algunas personas ven las elecciones de noviembre en Nicaragua están justificadas porque el oponente es una férrea dictadura criminal y corrupta que ha declarado que jamás dejará el poder y que, además, tiene una práctica de fraudes electorales. Pero se requiere ver la avenida electoral en movimiento, y en el tiempo, para advertir oportunidades que este proceso podría deparar.
Por supuesto, nada sería más errático y torpe, incluso cruel e inhumano, que ir a unos comicios si antes no son liberados los presos políticos; y si no se hacen reformas electorales que garanticen, aunque sea solo desde la letra, que habrá comicios libres, aunque sepamos, porque conocemos al orteguismo, que en la práctica habría otra dinámica, difícil de contrarrestar para la oposición inexperta en estas artes. En el pasado hasta hubo asesinatos cometidos por militantes del FSLN.
Hay quienes desde “principios” más bien fosilizados o un enfoque mecanicista escudado en supuestos principios, todavía mantienen que no debe haber elecciones con Ortega y tampoco si no se desmantela el ejército de paramilitares del orteguismo. Estos no tienen los pies sobre la tierra, tampoco aquellos que dicen que no debe haber comicios hasta que la dictadura “se vaya”, como si se quisiera ir. Además, tampoco hay alguna fuerza cívica ni militar capaz de hacer que se baje del poder.
Hay que considerar también que las elecciones de noviembre constituyen un problema mayúsculo para la dictadura orteguista, la cual está atrapada entre su absurdo apego al poder y su necesidad de presentar una cara amable al mundo, donde sus violaciones a los derechos humanos han deteriorado al máximo su imagen y hasta se le considera como hechora de delitos de lesa humanidad.
Hay que prepararse para las elecciones, pero no solo enfocados en las urnas, sino principalmente en convertir ese escenario en una oportunidad para reactivar con mucha fuerza y energía la resistencia pacífica organizada de la ciudadanía en todo el país, aprovechando que, cuando comience la campaña electoral, la dictadura se verá obligada a restablecer, no sin reparos, las libertades constitucionales.
No es iluso pensar que, entonces, será posible salir pacíficamente a las calles con banderas azul y blanco –aunque bajo una permanente y amenazante custodia policial-- y que será hora de convertir todo el territorio nacional en un campo de lucha cívica frontal contra el orteguismo, aunque estará presente el peligro de la violencia represiva de los policías y paramilitares del régimen.
Será una gran oportunidad para que, junto a las tradicionales marchas, piquetes y otros actos de protesta, hagan presencia expresiones más específicamente organizadas de la resistencia pacífica ciudadana, en forma de pequeñas unidades que actúen coordinadamente en todo el país con múltiples acciones cívicas de todo tipo “para volver loca a la dictadura”, sus fuerzas represivas y sus disminuidos y desencantados seguidores, y hacer arder este país.
Llenar de efervescencia a Nicaragua sería el objetivo fundamental en el aprovechamiento de los espacios abiertos por el proceso electoral, lo cual puede desembocar en situaciones mayores que tambaleen al régimen. Los comicios estarían en un segundo plano, pero se podría abrir una situación en la que, en la medida que el orteguismo vaya siendo acorralado, realmente se conviertan en una opción de triunfo para las fuerzas azul y blanco.
Para finalizar, aunque los seguidores de la dictadura serán escépticos a este planteamiento, las elecciones también le abren una oportunidad a este orteguismo tan devaluado, tan desprestigiado y en la mira de tribunales internacionales por delitos de lesa humanidad, para dejar el poder por la vía cívica. Ciertamente, no existen ni atisbos de que pueda haber una fuerza militar que se le oponga al régimen porque la lucha armada está devaluada en nuestra sociedad, sin embargo, podría darse otro estallido social.
Vivimos prácticamente en un Estado de Sitio y de Ley Marcial, en represión constante, de diversas maneras, todo el día, todos los días, y la ciudadanía está aguantando, soportando y sufriendo, pero todo tiene un límite, y podría estallar de nuevo, ahora con más fuerza, para desatar contra el orteguismo toda la energía que se ha estado acumulando.