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De tsunamis a tsunamis: volver al 2018

Sigo persuadido de la existencia del “pacto” de Peña Nieto con López Obrador. La mejor confirmación de la tesis se presentará en la elección de junio

Entre AMLO y Trump hay semejanzas. Ambos sienten profundo desagrado por el país del otro y son complacientes con sus partidarios nacionalistas

Jorge Castañeda

31 de enero 2021

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Una de las tesis político-civilizatorias de la temporada, tanto de la 4T como de sus adversarios, se ha convertido en una especie de verdad de Perogrullo, o parte consustancial del pensamiento convencional. Me refiero a la idea de que en 2018 una mayoría importante de la sociedad mexicana se alzó por fin contra la corrupción, el mal gobierno, la desigualdad, la pobreza y el PRIAN, entregándole un mandato abrumador a favor de un cambio a Morena y a López Obrador. Nunca me convenció mucho el razonamiento, y ahora menos que antes.

En primer lugar, sigo más persuadido que nunca de la existencia del “pacto” PRIMOR, es decir, de Peña Nieto con López Obrador. Más allá del hecho indiscutible de que ha transcurrido la tercera parte del sexenio y ningún funcionario del régimen anterior —con la excepción de la venganza personal contra Rosario Robles— se encuentre en la cárcel, sigue en pie la discusión sobre la injerencia de EPN en la campaña electoral de 2018.

Dependiendo de la encuesta que cada quien prefiera, o del conjunto escogido (Oraculus, por ejemplo), la ofensiva del gobierno, de la PGR en particular, y de los medios afines al régimen contra Anaya por la famosa bodega de Querétaro surtieron un determinado efecto en su candidatura. O bien la embestida ilegal y artera detuvo la subida de Anaya, que entre finales de diciembre y mediados de febrero se acerco a menos de 10 puntos de López Obrador; o bien el ataque a un Anaya estable ligeramente arriba de 30 % del voto le tumbó entre 5 y 10 puntos, caída de la que no se repuso, al darse en el período intercampaña, cuando no se puede responder con spots; o bien, en el caso extremo de los partidarios de Meade, a un Anaya ya en picada, el golpe precipitó un hundimiento ya iniciado. Da más o menos lo mismo: muchos encuestadores serios creen que sin esa decisión de Peña, pactada con AMLO, en todo caso el candidato del Frente hubiera obtenido un 30 % del voto, y López Obrador alrededor de 45 %.

Se puede consultar este tipo de análisis sobre todo en el ensayo de Jorge Buendía y Javier Márquez “2018:¿Por qué el tsunami?” en el número de julio de 2019 de Nexos. Los autores son muy precisos. De acuerdo con su modelo, en febrero de 2018, Anaya se hallaba a ocho puntos de López Obrador; para marzo, al mes de la ofensiva del gobierno, la brecha se había ensanchado hasta 18 %.


Ahora bien, siempre se supo que el “pacto” incluyó otro capítulo, que sin embargo no he detectado que se haya estudiado con el mismo detalle. Varios estrategas de la campaña del Frente, y algunos expertos que participan en las discusiones técnicas de la coalición Va por México, han señalado una singular coincidencia.  Los estados de la república donde AMLO logró un porcentaje significativamente superior a su promedio nacional se correlacionan con  la pertenencia política del gobernador: casi todos eran del PRI, con la excepción de Tabasco.

El ejemplo más notable —o notorio— es el de Tlaxcala, donde López Obrador llegó a 70 % del voto, y donde el gobernador era del PRI. Sobresale también el caso de Oaxaca, donde alcanza 65 % del voto, gracias al gobernador priista Alejandro Murat. Siguen Guerrero, con 63 % (gobernador: Héctor Astudillo, PRI); Campeche, 61 % (gobernador: Alejandro Moreno, PRI); Chiapas, 61 % (gobernador en los hechos: Manuel Velasco, Verde-PRI); Sonora, 59 % (gobernadora: Claudia Pavlovich, PRI).

No parece razonable pensar que todo esto haya sucedido por azar. Los gobernadores priistas de estos estados le acarrearon votos a AMLO, gracias a las instrucciones que recibieron de su jefe, el presidente priista, que pactó este comportamiento con AMLO. Este último puede haber recibido así otros dos o tres puntos “extraelectorales”.

La mejor confirmación de esta tesis se presentará en las elecciones de junio. Si a Morena le va muy bien en esos mismos estados, la hipótesis se caerá por su propio peso. En cambio, si ahora que los mismos gobernadores priistas pertenecen a la oposición y a la coalición Va por México, a Morena le va mucho peor que a AMLO en 2018, habrá algunos elementos de comprobación.

De ser cierto este enfoque, excluyendo estas estratagemas “extraelectorales” de López Obrador —por parte de él, perfectamente válidos en el sistema mexicano, aunque infames por parte de Peña— se impone una interpretación muy diferente de la elección de 2018. AMLO no habría ganado con casi 53 % del voto, sino con un total cercano a los 43 % de Fox en 2000; nada mal, pero de ninguna manera la marea por el cambio.

Ya si no hay tal, todo lo demás se cae por añadidura. EL PRIAN habría rozado el 60 % del voto. El rechazo a la corrupción, a la desigualdad, a la violencia fue real, pero no se extendió de modo tan drástico como en la narrativa ex post de los acontecimientos. Si todo esto es cierto, la oposición no está tan desacreditada, Morena tan amada, ni López Obrador tan admirado. Ganó, pero con un mandato “normal”, y por un margen “histórico”. And with a little help from his friends.

Jorge G. Castañeda
Secretario de Relaciones Exteriores de México de 2000 a 2003. Profesor de política y estudios sobre América Latina en la Universidad de Nueva York. Entre sus libros: Sólo así: por una agenda ciudadana independiente y Amarres perros. Una autobiografía.

Este artículo se publicó originalmente en Nexos.


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Jorge Castañeda

Jorge Castañeda

Político y comentarista mexicano. Catedrático en la Universidad de Nueva York. Fue Secretario de Relaciones Exteriores de 2000 a 2003. Hijo del también diplomático mexicano Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa.

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