15 de enero 2021
El fin del Gobierno de Donald Trump se acerca, pero se acerca peligrosamente, en medio de un posible segundo impeachment que podría colocarlo fuera de la clase política estadounidense. Trump siempre cultivó la imagen del outsider y amagó con agendas antisistema. Su mayor aproximación a una práctica plenamente alternativa tuvo lugar el 6 de enero, cuando instó a grupos de su base más extremista a tomar el Capitolio.
No habría que olvidar, sin embargo, que la incorrección política de Trump abreva de una tradición conservadora y racista estadounidense —“reaccionaria” le llama Corey Robin, profesor de Brooklyn College— que se remonta al siglo XVIII. Mucho de ese radicalismo autoritario de derecha ascendió con George W. Bush y sus restricciones a libertades públicas, como parte de la “guerra contra el terror”, el movimiento del Tea Party y la hostilidad wasp contra la administración de Barack Obama.
En América Latina hemos podido advertir la continuidad que Trump dio a algunas políticas tradicionales de Washington. Aunque en su campaña rechazó los acuerdos de libre comercio y convirtió a México en blanco de sus ataques racistas, su administración introdujo un nuevo protocolo para la interdependencia económica entre Estados Unidos y su vecino. De este lado, Trump encontró un liderazgo, como el que encabeza Andrés Manuel López Obrador, dispuesto a avanzar en ese nuevo protocolo y a acomodar su política migratoria al giro nativista o xenófobo de Washington.
Durante la campaña de 2016 y todavía entre 2017 y 2018, la izquierda bolivariana miró con expectativas el Gobierno de Trump. Raúl Castro fue el primer mandatario latinoamericano en felicitarlo en 2016 y en 2017, su jefe de campaña, Paul Manafort, viajó a la isla y se entrevistó con Alejandro Castro, hijo del general y presidente cubano. Por aquellos años eran constantes los llamados de Nicolás Maduro a dialogar con Trump y no pocos ideólogos de esa izquierda, alentados por el respaldo de Vladimir Putin y las negociaciones con Kim Jong-un, sostuvieron que el aislacionismo trumpista era beneficioso para la lucha contra el neoliberalismo.
Es a partir de 2019, cuando Trump intensifica las sanciones contra Venezuela y Cuba, y respalda abiertamente el golpe de Estado en Bolivia, que el trumpismo comienza a ser ubicado centralmente como un peligro mayor por la izquierda bolivariana. Fue también en 2019 que Trump mostró más claramente sus simpatías por Jair Bolsonaro, quien llegó a la presidencia a principios del año. Bolsonaro viajó a Washington en 2020, lo mismo que el colombiano Iván Duque y el mexicano López Obrador.
Los cuatro años de este caótico y terrible Gobierno pudieran ser narrados y analizados como una lenta adopción, por parte de Trump y el trumpismo, de la línea conservadora tradicional de relación con América Latina. Una línea que recupera lo peor del anticomunismo de la Guerra Fría y del intervencionismo de la “guerra contra el terror”.
*Publicado originalmente en La Razón, de México.