6 de noviembre 2024
Acaba de aparecer, bajo el signo de Akal, “Democracias en extinción. El espectro de las autocracias electorales”. La obra, del historiador italiano Steven Forti —alguien cuyo trabajo en ese sentido merece una atenta revisión— cubre tanto elementos teóricos como de política e historia reciente, para abordar las amenazas a la democracia procedentes del polo conservador/reaccionario del espectro ideológico y sus concreciones partidarias e intelectuales. Un repaso al índice del volumen permite identificar los ejes, casos y abordajes del mismo.
El libro se suma al creciente conjunto de textos científicos y de divulgación, foros académicos, declaraciones políticas o manifiestos de la sociedad civil que alertan sobre el fenómeno de la derecha “extrema/ultra”. Presentándola, en solitario y mayúsculas, como la principal amenaza a las democracias realmente existentes. Una toma de partido muy anclada en contextos, gremios y lecturas de la academia estadounidense y europea y en algunos de sus interlocutores del Sur Global.
Dice Steven Forti, desde Akal “No es momento de divagar ni de confiarse, sino de enfrentarnos al peligro más acuciante en la actualidad. Hoy es incuestionable que las extremas derechas están en auge en todo el mundo y, si no hacemos nada para evitarlo, podemos ser la generación que pierda los derechos conquistados. Nuestras democracias están en peligro de extinción, y sus depredadores gozan de mayor respaldo, tienen una mejor imagen y son más fuertes cada día. En muchas regiones del mundo ya han llegado al poder y, cuando gobiernan, nada es como era: están mutilando la democracia desde dentro hasta transformarla en una autocracia con escaso margen para revertir la situación”.
Coincidiendo con la alerta sobre el problema de fondo, tomo distancia de la definición del mismo que hace Forti. La que discuto por razones que enumero a continuación, de forma simplificada —espero tener la oportunidad de hacerlo en extenso, con el autor u otros colegas, en otro momento y lugar— en los párrafos a continuación.
Derecha e izquierda no son categorías normativas, sino adscriptivas y/o analíticas. No clasifican el Bien o el Mal políticos, sino que identifican una diversidad de sujetos, genealogías, alianzas y agendas que tienen, en su origen, dos siglos de vida mutante. Y eso, después de 1917, 1933 y toda la experiencia totalitaria del siglo XX, nos debería recordar que ninguno de los polos políticos puede adjudicarse la coherencia democrática. Tampoco podríamos, por ende, adscribir a los extremos de uno u otro el monopolio de la identidad y deriva autoritarias.
No pueden seguirse usando las coordenadas ideológicas como si fueran coincidentes con las fronteras de los regímenes políticos. Han habido —y presumiblemente habrán— ideas y praxis autoritarias tanto en la izquierda como en la derecha; también en identidades y contextos más fluidos —en especial lejos de Occidente— que difícilmente encajen en nuestras clasificaciones al uso. Las amenazas a la democracia deben ser claramente contextualizadas y ponderadas, en cada lugar, momento y tema.
Pongo ejemplos. Si bien hoy las principales amenazas de populismos y/o autoritarismos electorales en Europa y EE. UU. provienen fundamentalmente de liderazgos y movimientos de la extrema derecha, en Latinoamérica —esa otra mitad de Occidente, mestiza con el Sur Global— el fenómeno es diferente, mucho más plural. De hecho, en nuestra región por cada candidato diestro a dictador como Bukele hay en activo, tres autócratas de siniestra extrema (Díaz Canel, Ortega, Maduro) cuyo origen, tradiciones políticas y redes globales los inscriben en una izquierda autoritaria cuyas raíces se remontan a 1917 y 1959.
Pero incluso en países que no han involucionado plenamente al autoritarismo se aprecia esa amplitud del fenómeno. En México (potencia económica y la mayor nación de habla hispana del mundo) la actual reforma judicial regresiva, criticada por buena parte de la academia liberal progresista… es impulsada por un Gobierno/partido hoy celebrado por muchos, en la academia y política socialdemócrata europeas, como “progresistas”. Para no dejar de mencionar el veloz ascenso y agenda del partido de izquierda populista de Sahra Wagenknecht, contrario al consenso democrático europeísta y liberal, en una nación central como Alemania.
Si miramos más allá de Occidente, no queda claro si las fronteras de lo “conservador” o lo “iliberal” remitan claramente a los clivajes Izquierda/Derecha. Con V. Putin, al estar Rusia en cierto modo en la órbita geocultural de Occidente, puede que coincidan un poco las caracterizaciones basadas en lo ideológico, aunque luego el Kremlin recupere prácticas y símbolos autoritarios del periodo soviético y aunque sus aliados se reparten entre las extremas izquierdas y derechas globales. Pero con Modi o Erdogan, cuyas sociedades, disputas y programas responden a otras cosmovisiones y conflictos, no estoy seguro que sea así.
En resumen: es oportuno y urgente que en una academia digna de tal nombre se reconozca que las amenazas iliberales o, de plano, antidemocráticas, no pueden ser adjudicadas, en modo simplificado, a las ‘ultras derechas’ de este mundo. Pues estas amenazas corresponden a posturas autoritarias extremas que abarcan todo el arco de posiciones (geo)políticas ideológicas, en Occidente y Sur Global. Tener esa mirada más auténticamente global del fenómeno ayudaría, en sentido intelectual y práctico, a su comprensión y combate en estas horas oscuras cuyas urgencias alerta Forti en el prólogo de su obra.
*Artículo publicado originalmente en Latinoamérica21.