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¿Por qué está tan reñida la carrera presidencial en Estados Unidos?

Es habitual que los votantes echen demasiadas culpas en los tiempos malos y den demasiado crédito en los tiempos buenos

Donald Trump y Kamala Harris.

La vicepresidenta Kamala Harris y el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump. Foto: EFE

John Mark Hansen

2 de noviembre 2024

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Dicto un curso en la Universidad de Chicago sobre elecciones presidenciales y escucho el mismo tipo de pregunta de amigos tanto de la derecha como de la izquierda. Los republicanos con los que crecí en el oeste de Kansas no pueden entender por qué Donald Trump no está más alejado en las encuetas, mientras que los demócratas que me rodean en Chicago se preguntan cómo puede ser que Kamala Harris no se esté escapando en la carrera.

Estas son las preguntas correctas para entender la política norteamericana contemporánea. A pesar de todos sus aspectos inusuales -sobre todo la repentina aparición de Harris como la candidata demócrata-, la dinámica de la campaña de 2024, al igual que las dos anteriores, es típica de las elecciones presidenciales desde hace por lo menos 80 años. Pero hay dos características de esta campaña que efectivamente representan una diferencia significativa respecto de décadas de experiencia histórica. La primera es motivo de consternación entre los demócratas, y la segunda es causa de frustración para los republicanos.

Empecemos por los demócratas. De acuerdo con los antecedentes históricos, el candidato del partido que controla la Casa Blanca enfrenta fuertes vientos electorales de frente. Si Harris gana, será la primera candidata del partido en el poder en 76 años en ser reelecta a pesar de una tasa de aprobación presidencial por debajo el 50% al momento de la elección.

Desde que comenzaron las encuestas a principios de los años 1940, el único candidato que ganó en estas circunstancias fue Harry Truman en 1948. Él tenía un índice de aprobación del cargo del 40% (aunque la medición se había hecho por última vez cuatro meses y medio antes del día de las elecciones). Desde entonces, siete candidatos han intentado superar a un titular impopular del mismo partido, y siete han fracasado, más recientemente hasta el propio Trump, cuyo índice de aprobación el día de las elecciones en 2020 era del 46%. El índice de aprobación del presidente Joe Biden (según Gallup) actualmente es del 39%, seis puntos por debajo de la aprobación de Harris como vicepresidenta (45%).


La relación entre los índices de aprobación presidencial y los resultados electorales subraya la visión convencional de que las elecciones son referendos sobre el desempeño del partido en el poder. Los problemas que han acosado a Biden en el exterior (Ucrania y Gaza) y en el país (los migrantes que cruzan la frontera sur) han planteado preocupaciones en la mente de los votantes. Biden también ha presidido una economía de año electoral que ha sido buena según algunas mediciones (crecimiento del PIB), pero no tan buena según otras (crecimiento del ingreso disponible personal).

Los votantes pueden ser miopes o sobreestimar el control que tiene un presidente sobre sistemas complejos como la economía, para no mencionar las decisiones de la gente de a pie y de los líderes mundiales. Es habitual que los votantes echen demasiadas culpas en los tiempos malos y den demasiado crédito en los tiempos buenos. Como sea, es poco lo que el presidente -y los candidatos presidenciales- pueden hacer para influir en este tipo de juicios. En la política, como en muchos ámbitos, es mejor tener suerte que tener razón.

En consecuencia, Harris no se está escapando en la elección de 2024 porque los “elementos fundamentales” que estructuran las elecciones no son favorables a los demócratas por ser el partido en el poder. Las dificultades que ha tenido Harris para destacarse son perfectamente explicables como el patrón normal de las elecciones presidenciales norteamericanas.

Trump, por otro lado, ha logrado, en un nivel sin precedentes, centrar las elecciones en sí mismo, entusiasmando a muchos votantes y espantando a muchos otros. En 2016, Hillary Clinton fue la candidata presidencial más impopular de la historia reciente, excepto por Trump. Por otra parte, la resistencia a Trump se ha mantenido constantemente alta: su índice de desfavorabilidad supera su índice de favorabilidad desde 2016.

De la misma manera, Trump era extraordinariamente impopular como presidente. Fue el único jefe ejecutivo cuyo índice de aprobación de Gallup nunca superó el 50% mientras ejerció la presidencia. Su aprobación promedio del 41% fue la más baja en la historia, cuatro puntos por debajo de la de Jimmy Carter.

Nunca en la historia el candidato ha sido tan central. Ni siquiera Ronald Reagan, reconocido por su atractivo popular, dominó las elecciones de la manera en que lo ha hecho Trump (para bien o para mal) gracias a su personalidad. Reagan obtuvo sus victorias en 1980 y 1984 en circunstancias mucho más favorables para su partido; su “carisma” era más el efecto de su éxito electoral que la causa.

La resistencia a Trump comenzó al interior de su propio partido. Los cargos republicanos le negaron su apoyo hasta que obtuvo la nominación de 2016. Los periódicos de inclinación republicana apoyaron a su oponente o, directamente, a nadie, y la mayoría de los líderes republicanos desconfiaban de su demagogia, su retórica incendiaria, su rechazo a los principios políticos republicanos de siempre y sus defectos y comportamiento personales. La mayoría lo aceptó, pero algunos no.

Otros se alejaron durante la experiencia agotadora de la presidencia de Trump. Para algunos republicanos (e independientes), la gota que rebasó el vaso fue su lealtad a sí mismo por sobre su partido y el país a la hora de apoyar candidatos y tratar con aliados y adversarios extranjeros. Para otros, fue su complacencia con los evangélicos, su abrazo del aislacionismo y su indulgencia con los nacionalistas blancos racistas. Para otros, fue su intento de robar la elección de 2020, que culminó con el ataque más vergonzoso al Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021. La mayoría de los demócratas y muchos independientes, por supuesto, se han resistido a Trump desde el principio.

En consecuencia, la razón por la que Trump no se está alejando en la carrera electoral de 2024 es él mismo. Es difícil escapar a la conclusión de que los republicanos serían los favoritos en un año normal con un candidato normal. Pero 2024 no es un año normal, porque Trump no es un candidato normal.

La decisión del electorado estadounidense se ve influenciada tanto por las preocupaciones cotidianas que normalmente estructuran los resultados electorales como por una personalidad fuera de lo común. Nunca esto último ha sido una consideración tan esencial. Cientos de miles de votantes -quizá millones- están dejando de lado su lealtad a los partidos, sus prioridades políticas y sus quejas sobre las condiciones actuales para oponerse a un candidato al que consideran inepto para la presidencia e indigno de ser elegido. Pronto sabremos si lo que se impone es la política de siempre o si gana la política inusual.

*Artículo publicado originalmente en Project Syndicate.

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John Mark Hansen

John Mark Hansen

Profesor de Servicio Distinguido Charles L. Hutchinson en el Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Chicago. Doctorado en la Universidad de Yale. Uno de los principales estudiosos de la política estadounidense. Su investigación se ha centrado en el activismo ciudadano y la opinión pública.

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