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Historias de Nicaragua: Sueños, luchas y tragedias

En Nicaragua, los intereses sectarios, las ambiciones de poder y el espíritu de caudillo. inevitablemente desembocan en tragedias

Con la trilogía del mal -las tres leyes nefastas para la ciudadanía que está decretando el régimen- están destruyendo principios que proclamaba el FSLN

Enrique Sáenz

7 de enero 2021

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En una conversación reciente sobre la historia de nuestro país, sostenida con nicaragüenses de mi generación, hicimos un repaso de lo que nos ha tocado vivir en los últimos sesenta años. Comparto con ustedes lo que pude anotar y las lecciones que extraje:

En nuestra tierna infancia, nuestros oídos se estrenaron con las campañas políticas entre liberales y conservadores, así aprendimos a cantar el estribillo que entonaban nuestros mayores: "Con Fernando ando, con Agüero muero, porque para Agüero el pueblo es primero...". Después resultó que para el entonces líder opositor, el pueblo no era lo primero sino los intereses de minorías opulentas. Pactó con Somoza, a cambio de repartir las prebendas del Estado y, al hacerlo, taponeó la vía pacífica para enfrentar a la dinastía. La juventud tuvo que optar entre la sumisión y la rebeldía.

En lo personal, todavía chavalo, me encontraba en Masaya, y pude ver cuando regresaban los manifestantes que sobrevivieron a la masacre del 22 de enero de 1967, con las ropas teñidas de sangre. Mi abuelita no me pudo explicar, o yo no pude entender su explicación sobre el trágico episodio. Años después lo entendí.

Después el golpe demoledor del terremoto que ocasionó la muerte de miles de managuas, destruyó la ciudad y cortó de tajo vidas, ilusiones y el fruto de largos años de sacrificios. La calamidad fracturó en sus cimientos la economía y la sociedad nicaragüense. A decir verdad, Nicaragua nunca pudo recuperarse de ese golpe, aunque para la mayoría esté bloqueado o escondido en la memoria.

Somocismo y sandinismo


Y brotaron los primeros ensayos de resistencia, entre otros, la huelga de los trabajadores de la construcción y las huelgas de los trabajadores de la salud.

Más tarde, en diciembre de 1974, un comando del Frente Sandinista tomó por asalto la casa de Chema Castillo, un ministro de Somoza. Se trató de un golpe político que estremeció al país y sacudió la armazón de la dictadura. Daniel Ortega fue uno de los presos políticos que alcanzó su libertad como resultado de esta acción. Meses antes, los grupos empresariales habían abierto una fisura en sus relaciones con el régimen, durante la Primera Convención Nacional del sector privado. Una oleada represiva en todo el país siguió a la acción armada: presos, muertos, consejo de guerra, combates en la montaña.

El infarto que sufrió Somoza Debayle, la política del gobierno de Carter y el descrédito internacional, más la ofensiva militar del Frente en octubre de 1977, terminaron de resquebrajar los pilares del sistema. El asesinato de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, en enero de 1978, detonó un desborde social que rápidamente desembocó en resistencia armada, hasta llegar a la insurrección de septiembre de 1978 con la toma de las principales ciudades del país. La guardia nacional sofocó a sangre y fuego el levantamiento popular.

Pero ya la dinastía estaba herida de muerte. De nada sirvieron los circos electorales, ni el diálogo con la mediación de la OEA, el estado de sitio, la censura de prensa o la represión generalizada. El país se vio envuelto en movilizaciones permanentes, acciones armadas, huelgas nacionales y condenas internacionales, hasta que estalló la insurrección que dio al traste con la dictadura. Resultaron inútiles los ametrallamientos y bombardeos a las ciudades con aviones T 33 y push and pull. El episodio culminante lo protagonizó Francisco Urcuyo Maliaños, cuyo nefasto papel al pretender hacerse con la presidencia provocó que en 48 horas cambiara el curso de los acontecimientos. Un ejemplo grotesco de lo decisivo que pueden ser los imprevistos en la historia.

Y llegó el triunfo de la insurrección popular. Miles de nicaragüenses de todos los signos políticos y estratos sociales nos cobijamos en la esperanza de que un cambio en libertad era posible. No pasó mucho tiempo para que estas esperanzas naufragaran. Los "muchachos", celebrados como héroes, sintiéndose dueños del país y de la historia, impusieron un régimen dictatorial de distinto tipo, que llevó a una guerra todavía más cruenta. Nos colocaron como peones de la guerra fría. Las potencias ponían las armas y los nicaragüenses los muertos. Decenas de miles de jóvenes del servicio militar fueron obligados a matar y a morir en una guerra que no era de ellos.

De la transición a la democracia a la dictadura de Ortega

Así llegamos a las elecciones de 1990 cuyo desenlace inesperado fue el triunfo de doña Violeta. Nuevas esperanzas. Por primera vez en nuestra historia respiramos un ambiente de libertades públicas, pluripartidismo efectivo, dinámica democrática, desconcentración de poder.

Si bien se produjeron asonadas, chantajes y asesinatos, en general prevaleció un clima de paz y libertades.

Pero no pasó mucho tiempo. El pacto entre Arnoldo Alemán y Daniel Ortega corrompió el proceso de transición democrática. El intento del gobierno de Enrique Bolaños por restaurar el camino fue sofocado por la acción mancomunada de los caudillos.

En el ínterin padecimos los estragos del huracán Mitch, un maremoto y varias erupciones volcánicas.

Y así llegamos al 2006. Ortega retornó al poder por la ruta que le pavimentó el pacto, el cual, dicho sea de paso, le posibilitó desmantelar, con el apoyo de la bancada del PLC, la precaria institucionalidad, imponer fraudes electorales, reprimir, cooptar al ejército y a la policía, reelegirse y consolidar su dictadura. De por medio estuvo también el pacto con los grupos empresariales más prominentes.

Y estalló abril en marejadas azul y blanco. La dictadura ganó tiempo con la estratagema del diálogo y luego sofocó a sangre y fue la protesta popular. A diferencia del somocismo que enfrentó movimientos armados, la dictadura de Ortega en su afán de imponer una nueva dinastía se ensañó y se ensaña en una población indefensa.

Como generación, hemos vivido guerras, terremotos, dictaduras, erupciones volcánicas, masacres, fraudes electorales, amancebamientos políticos, maremotos, mediaciones internacionales, diálogos entre gobierno y oposición, huracanes, huelgas nacionales. Esperanzas, luchas y sueños postergados. Otras generaciones en otros tiempos también enfrentaron episodios semejantes, incluso intervenciones militares extranjeras.

Por si algo hacía falta, ahora nos toca vivir la #pandemia.

Difícilmente alguien puede contarnos cuentos o presentarse como descubridor del agua tibia.

¿Las lecciones?

La primera es que no se puede cambiar una historia que no se conoce, por eso algunos en el presenten marchan a tientas y a ciegas. La segunda es que, en Nicaragua, los intereses sectarios, las ambiciones de poder y el espíritu de caudillo. inevitablemente desembocan en tragedias. La tercera es que cualquier posibilidad de cambio comienza dentro de nuestras propias cabezas. De lo contrario no hay cambio posible.


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Enrique Sáenz

Enrique Sáenz

Economista y abogado nicaragüense. Aficionado a la historia. Bloguero y conductor de la plataforma de comunicación #VamosAlPunto

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