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Israel, Irán, Líbano y una guerra al acecho

La escalada en Medio Oriente es una amenaza de un enfrentamiento extenso y con potencialidad de ser muy dañino. ¿Se puede frenar?

guerra Israel Líbano

Vehículos dañados en el lugar donde un edificio de apartamentos fue blanco de un ataque militar israelí en el campo de refugiados palestinos de Al-Baddawi, en Trípoli, norte del Líbano, el 5 de octubre de 2024. // Foto: EFE / EPA / STRINGER

Martín Schapiro

5 de octubre 2024

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181 misiles iraníes dirigidos a objetivos militares israelíes. Otra vez, la guerra. Otra vez una invasión y un asesinato. Otra vez misiles iraníes sobre Israel, que causan pocos daños pero muchas repercusiones. Y otra vez la pregunta sobre si se puede desmadrar todo. 

Como si no se hubiera desmadrado hace ya un año, el 7 de octubre de 2023, cuando terroristas de Hamas, con algún acompañamiento de otras organizaciones y hasta de palestinos sin pertenencias milicianas ingresaron al sur de Israel, asesinaron a más de 1200 personas –la abrumadora mayoría, civiles, incluyendo ancianos y niños–-, violaron a decenas de mujeres, y secuestraron a cientos. O apenas semanas después, cuando la represalia israelí se cobró las primeras miles de vidas, que luego serían decenas de miles. Más de la mitad, civiles, y de ellos, cerca de la mitad, niños. 

O, como si no se hubiera desmadrado muchísimo antes, acaso con el recrudecimiento de la ocupación y el entierro definitivo de las negociaciones de paz, a manos del propio Benjamin Netanyahu, o con la segunda Intifada, cuyo efecto fue la paulatina irrelevancia de la izquierda israelí. O mucho antes, cuando la ocupación devino colonización, o tras la Nakba (la desposesión de sus tierras de más de 700 000 palestinos) o la propia guerra de independencia, casi simultánea, cuando Israel se impuso a un grupo mucho mayor de países árabes, sus vecinos, que rechazaban su independencia. Hay hasta quienes ubican el desmadre incluso antes de la creación del estado.

La tentación de ver continuidades lineales ante cada conflicto, que permiten repetir narrativas aprendidas hace años, es tan fuerte como equivocada. La guerra que, tras un conflicto de mediana intensidad, comenzó en la frontera sur de Líbano con una invasión terrestre israelí “limitada” sobre las posiciones de Hezbollah, es sustancialmente distinta de la invasión de Gaza tras el 7 de octubre, y la historia de la ocupación en ambos territorios también es diferente. Allí hay una clave para entender el comportamiento de la República Islámica de Irán ante el conflicto libanés.


Hezbollah, antes que un partido milicia libanés, es un grupo chiíta que opera principalmente en Líbano. Nacido en oposición a la invasión israelí del sur del Líbano, en el marco de la guerra civil de aquel país que enfrentó –en alianzas de lo más diversas y cambiantes– a milicias de los diversos grupos religiosos del país, Israel y Siria, Hezbollah tuvo siempre su alineamiento principal en la República Islámica de Irán, que alimentó su fortaleza entre la minoría chiíta del Líbano, históricamente marginada. La continuada presencia israelí en el sur de ese país permitió a Hezbollah eximirse de los acuerdos de paz que ordenaron el desarme de todas las milicias sectarias. Armado por Irán, Hezbollah creció en poderío militar hasta alcanzar una capacidad mayor a la del propio ejército regular libanés. La retirada unilateral israelí del sur de Líbano en 2000 y la guerra contra Israel en 2006, que sin resultados concluyentes, le permitió proclamar una victoria, aumentaron el prestigio del grupo en Líbano y en la región, como un factor capaz de disuadir a Israel. Sin embargo, la actuación del grupo nunca estuvo limitada a Líbano. Como milicia, combatieron durante una década a las órdenes de Irán en la guerra civil siria, en respaldo del gobierno de Bashr Al Assad, el heredero de Hafez, su padre, que invadió Líbano y mantuvo la ocupación durante más de un cuarto de siglo, hasta que fue obligada a retirarse tras el asesinato del primer ministro libanés Rafiq Hariri, en 2005, un hecho por el que un tribunal de Naciones Unidas encontró culpable a comandos del propio Hezbollah.

Hezbollah incumple, desde 2006, la Resolución 1701, adoptada unánimemente por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que ordenó el retiro de sus fuerzas al norte del río Litani, a casi treinta kilómetros de la frontera con Israel, y el reemplazo de la milicia por las fuerzas armadas libanesas. Un arreglo inaceptable para el grupo, cuyos intereses difieren de los del país en el que opera, y que Naciones Unidas se negó a hacer cumplir. Israel toleró la situación, como forma de evitar presiones internacionales, y a cambio de una relativa estabilidad que dejó de ser tal el 7 de octubre. 

Con la nueva invasión “limitada” en el sur de Líbano, Israel busca recuperar la seguridad en su frontera norte. Tras la serie de golpes de inteligencia que empezó con las explosiones de radiocomandos y localizadores y terminó con el asesinato del líder de la organización, Hassan Nasrallah, así como toda la cúpula militar, asoman combates terrestres. Como prueba la muerte en combate de ocho soldados apenas comenzadas las operaciones, los enfrentamientos no serán sencillos, pero el golpe al grupo fue profundo, y para algunos analistas, decisivos.

Hezbollah es la joya de la corona del grupo de milicias que Irán controla en Líbano, Irak, Siria, Yemen y Palestina. Los ataques israelíes contra el grupo no son sólo un intento de modificar el balance de poder en su frontera, sino también en la región, con su archienemigo iraní. En este año, el Gobierno de Irán reveló una debilidad mayor a la que se suponía previo a la ocupación de Gaza. El régimen descansó en sus milicias para presionar militarmente a Israel, evitando accionar por sí mismo, y toleró las acciones israelíes contra la dirigencia de Hamas en su territorio –y contra sus generales involucrados con las milicias en países como Siria y Líbano– ensayando respuestas que fueron más demostraciones de debilidad que de fuerza, como el lanzamiento de misiles de abril que pareció calculado para no causar grandes daños. 

El ataque del martes, con los misiles más avanzados que Irán posee en su arsenal, no tuvo una tónica diferente al de abril. Limitado, dirigido a objetivos militares –aunque algunos de ellos se encontraban en zonas muy densamente pobladas, como los cuarteles del Mossad en Tel Aviv–, y con cierto aviso (aunque menor al de abril), el ataque pareció más una señal de amparo a sus protegidos en Líbano, que un intento de dañar seriamente las capacidades israelíes. Una puesta en escena que, sin embargo, corre el riesgo de que su enemigo recoja el guante, como sucedió en la frontera libanesa.

Israel sabe que una guerra total con Irán sería enormemente dañina, para ambas partes, pero sabe también quién ganaría si esa guerra sucediera. El ataque da a Israel no sólo la capacidad sino la excusa para una respuesta que ponga a prueba la tolerancia de los ayatollahs y la Guardia Revolucionaria Islámica, siendo capaz de infligir daños decisivos a la economía o la defensa iraní, poniendo al régimen en la disyuntiva entre la debilidad y la guerra. Apenas la presión internacional podría llegar atenuarla. China e India son grandes compradores de crudo iraní, y una guerra podría disparar los precios de la energía a semanas de las elecciones estadounidenses. De allí el pedido de Joe Biden de proporcionalidad a las autoridades israelíes, y la expresa desautorización de un ataque sobre las instalaciones nucleares. Netanyahu no ha sido, hasta hoy, demasiado receptivo de un presidente sin reelección, por lo que el pedido, aún limitado, podría ser incluso desoído. La guerra entre los dos mayores ejércitos de Medio Oriente, es una posibilidad abierta. Apenas un cese de fuego en Gaza, cada vez menos probable, y que no quieren Hamas ni las autoridades israelíes en las condiciones que se negocian, podría echar por tierra esa posibilidad.

*Este artículo se publicó originalmente en Cenital

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Martín Schapiro

Martín Schapiro

Abogado argentino especializado en relaciones internacionales. Fue asesor en asuntos internacionales del Ministerio de Desarrollo Productivo de Argentina y subsecretario de Asuntos Internacionales de la Secretaría de Asuntos Estratégicos.

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