2 de enero 2021
Valeska Carrero, de 34 años, trabaja limpiando casas ajenas en Managua. A inicios de 2020, limpiaba seis viviendas diferentes donde le pagaban entre 250 y 300 córdobas semanales. Al final de cada mes, ajustaba unos 6500 córdobas, y con eso pagaba sus cuentas, el colegio de sus dos hijos, transporte, comida y servicios básicos. Pero la pandemia complicó sus opciones: varios dueños de casa dejaron de pedir sus servicios, y en sus gastos no había por dónde recortar.
“Ahora solo estoy con tres (casas) y eso que una es esporádica, si acaso una vez a la quincena”, lamenta Carrero, cuyos ingresos se han reducido a 2000 córdobas al mes, y trata de generar otros ingresos lavando ropa.
A Nancy Leiva, de 35 años, la pandemia la dejó sin empleo. Es una mesera con más de 18 años de experiencia que fue despedida en mayo, durante el ascenso de la curva de contagios de covid-19 en Nicaragua. Su salario era de 7700 córdobas y con las propinas redondeaba unos 9000 córdobas al mes.
- Lee además: La pandemia del desempleo en Nicaragua
“El desempleo en el que caí ha sido el más largo y grave para mí”, comenta. De ella dependen su hija de 16 años y sus dos padres, y aunque afirma que “nunca” se acostumbraron a “lujos”, sí “vivían cómodamente”, garantizando “tener los tres tiempos (de comida) en la mesa e ir al supermercado una vez a la quincena o a la semana”. También les alcanzaba para comprar la ropa necesaria y salir de paseo alguna vez al mes. Ahora, lamenta, “con dificultad” consiguen “comer tres veces al día”, y dependen de la ayuda de otros familiares, mientras trata de encontrar trabajo, aunque en ocho empresas le han dicho que no hay vacantes.
222 000 nicas en desempleo
En 2020, 43 000 nicaragüenses perdieron su empleo, según el último Informe de Proyecciones Económicas, publicado por la Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico y Social (Funides), una cantidad que junto con los empleos perdidos en 2018 y 2019 supera los 222 000 desempleados, sin perspectivas de mejora en una economía que padece su tercer año en recesión.
Los sectores más afectados han sido los hoteles y restaurantes (-49.4%) —como en los que trabajaba Leiva—, electricidad (-23.0%), créditos y servicios conexos (-14.9%), transporte y comunicaciones (-9.5%).
En Granada, meca turística que se vio desolada durante meses cuando turistas y visitantes dejaron de frecuentarla, la dueña de un restaurante familiar a quien llamaremos “Sofía”, sufrió de forma directa el impacto de esa contracción.
“Sofía” se encargaba del sustento de tres familias, y por eso no cerró de inmediato, sino que abría de forma intermitente, hasta que la falta de clientes la obligó a clausurar.
“Por falta de dinero, nos atrasamos en los pagos. Debíamos agua, luz, tuvimos que despedir al personal. No queríamos, pero no teníamos para pagarles”, relata.
En menos de dos meses, “Sofía” pasó de tener su propio restaurante con dos empleados, a ser ayudante de otro negocio de la misma ciudad, con un salario de 9000 córdobas que, afirma, apenas le da para cubrir sus gastos. Por ahora, la opción de reabrir es solo un deseo sin posibilidades.
“Un año sin conseguir empleo”
El economista Maykell Marenco analiza que, para 2021, el panorama en Nicaragua no promete mejorar. Por un lado, porque la recuperación de muchos sectores se vería afectada por la incertidumbre de las elecciones previstas en noviembre, y además, porque muchos desempleados tratarán de emigrar.
Marenco cita que la Comisión Económica para América Latina (Cepal) estima que, en 2020, la cantidad de personas bajo el umbral de pobreza pasará de 47% a 52%, en el escenario menos optimista, y la pobreza extrema crecerá de 18% al 22%. “Estamos hablando que más de la mitad de la población estaría viviendo bajo la línea de pobreza”, subraya.
Tras el estallido social de abril de 2018, al que el régimen de Daniel Ortega respondió con muerte y represión, Nicaragua empezó a sumergirse en una recesión económica, agudizada en 2020 con el impacto de la pandemia.
La docente María Mayela Gutiérrez, de 28 años, ha sufrido el deterioro económico que el país arrastra desde 2018. Desde ese año, el colegio privado de Managua donde trabajaba, venía sosteniéndose “a media capacidad” y, a finales de 2019, empezaron los recortes.
El desempleo —valora— cayó como “un balde de agua fría” en su pequeña familia. Su primera hija recién cumplía diez meses de edad y acababa de enterarse que nuevamente estaba embarazada. “Fue bastante difícil caer en este desempleo. No sabía qué haría con un embarazo en camino y nos tocó llorar, porque algunas veces no teníamos comida”, relata.
Como maestra de Religión, Gutiérrez recibía un pago de 10 000 córdobas, y con el salario de su esposo sumaban un ingreso familiar superior a los 23 000 córdobas mensuales, que les permitía “vivir cómodamente”. Ahora, detalla, “nos tuvimos que mudar a una casa más barata, y la empezamos a compartir con otros tres familiares para reducir los gastos de alquiler y servicios básicos”.
Pasaron, lamenta, “de vivir a sobrevivir”, y tras un año en desempleo su meta para 2021 sigue siendo la misma: “encontrar un empleo formal”.
El remate de la pandemia
Este mes, Aurelio Molina, de 42 años, cumple siete meses desempleado. A mediados de 2020, la imprenta en la que trabajó durante 18 años cerró, ahogada por las dificultades económicas. “El negocio aguantó la crisis de 2018, las bajas ventas de 2019, pero la pandemia lo vino a destruir y en junio nos reunieron a todos, nos avisaron que iban a cerrar y que ya no podían seguir funcionando. Lloramos y nos despedimos”, recuerda.
Molina ganaba 9500 córdobas mensuales y asegura que le alcanzaba mantener “bien” a su familia: su esposa y sus dos hijas de 14 y 12 años.
Tras su despido, ha contado con el apoyo de familiares, y también realiza pequeños encargos que le hacen viejos clientes de la imprenta, pero sus gastos están al mínimo, porque no tiene cómo cubrirlos.
“Antes no nos hacía falta nada, y nos sobraba para ropita, saliditas y hasta para mis repuestos, porque me gusta hacer ciclismo”, afirma. En estos meses, sus gastos se limitan al pago de servicios básicos, dejaron de comprar ropa, zapatos y han reducido el gasto de comida en más del 50%.
“Mi meta es conseguir un trabajo fijo. He visitado empresas que buscan plazas en mi ramo, pero en ninguna he encontrado empleo”, lamenta.
La mesera desempleada Nancy Leiva también está consciente que la situación no es nada fácil. En los primeros dos meses de desempleo tuvo que vender su refrigeradora para poder comprar comida. También canceló el servicio de cable e internet, priorizando el pago de energía eléctrica y agua potable.
Valeska Carrero, la joven que trabaja limpiando casas, sigue intentando ajustar sus ingresos con cualquier trabajo extra.
“Busqué un trabajo de noche. Entraba a las cinco de la tarde y salía a las cinco de la mañana, pero me cansaba demasiado, más que nada por el desvelo. Era un trabajo de cocina”, recuerda. Por ahora, una tía le ofreció un aporte económico a cambio de cuidar a sus hijos, y eso le ha permitido sumar a los 2000 córdobas mensuales, que equivalen a un tercio de lo que podía ganar antes de la pandemia.