2 de enero 2021
El partido Frente Sandinista de Liberación Nacional -lo voy a llamar así para diferenciar la organización formal de las corrientes protoideológicas que el fenómeno sandinista contiene- se ha movido entre el 25 y el 35 por ciento de la intención de voto desde 1990; cuando ha alcanzado el 35 o el 38%, para atenerme a las cifras oficiales, es porque ha logrado sumar al voto estrictamente partidario, el proveniente de las corrientes protoideológicas; si pudiéramos, como en un laboratorio, destilar el voto partidario puro, no pasaría del 20 por ciento, el llamado “voto duro”.
Sin embargo, en cualquier lugar del mundo, una fuerza partidaria que conserva seguro un 20 por ciento de la intención de voto, es una verdadera amenaza para cualquier contendiente, aún en un proceso limpio; cuantimás si ese conglomerado, es altamente disciplinado y movilizativo; y, dígase además, que previo a la contienda, la cúpula de ese grupo representativo, desde su ejercicio absoluto del poder, ha manipulado leyes y estructuras electorales. Un veinte por ciento puede ser una mayoría absoluta en un contexto de alto abstencionismo, de un confuso padrón electoral y de un sistema electoral corrupto.
Por aclaración introductoria, me refiero a corrientes protoideológicas, porque resulta sumamente aventurado hablar de la existencia de una verdadera ideología sandinista; pero, es innegable que la gesta nacionalista de Sandino, la acción de Rigoberto López Pérez, y el esfuerzo sistematizador de éstas, por el pensamiento de Carlos Fonseca, Oscar Turcios y Ricardo Morales Avilés, más la gesta guerrillera épica que condujo a la caída de los Somoza, entre otros hechos, generaron chispas tendentes a la construcción de una ideología, en plena era de descolonización global que, aunque no ha concluido su lixiviación, ha marcado profundamente a una población huérfana de nacionalidad.
Thomas Mann, a manera de flash backs, reflexiona, mientras escribe su Doctor Faustus, que nadie en Alemania hubiera imaginado en 1939, los bombardeos sobre Berlín en 1944, que escucha mientras escribe, porque todos en Alemania, y se incluye honestamente él mismo, habían hecho suyo el sueño hitleriano del espacio vital y de la nación alemana.
En Nicaragua, entre 1934 y 1974, el somocismo tuvo el apoyo popular hegemónico, solo matizado por una disidencia intelectualizada y un campesinado resistente que optaron por la violencia como método catalizador, que, finalmente, condujo a su derrocamiento en medio de un baño de sangre.
Entre 1979 y 1990, no podemos afirmar que todos en Nicaragua fueron sandinistas, pero sí que, tras la luna de miel del 19 de julio, los llamados “19-20” y las “carabinas vírgenes”, ayer somocistas, se incordiaron en las estructuras del Estado y del naciente partido; esto, y la autodeificación de sus líderes, fue desfigurando, poco a poco, pero inexorablemente, su proyecto histórico, hasta destruirlo.
En el Plan de Las Segovias de 1983, el sandinismo, en un raro ejercicio introspectivo, identifica en el financiamiento a los proyectos contrarrevolucionarios y en los proyectos de reforma agraria, concebidos sin la participación campesina, la causa de la ruptura de la idílica unidad nacional; la presión internacional que alcanza su cenit en Esquipulas obliga a un sandinismo, ya distante de las masas, a renunciar a una irrefutable victoria militar interna, en aras de la sobrevivencia, y de la preservación de privilegios, de un grupo que ya no tiene nada de revolucionario.
Este fenómeno: aproximación-alejamiento de los individuos y la sociedad, con el grupo detentador del poder, no responde a que el nicaragüense sea oportunista o gire simplemente como veleta al golpe del viento, responde fundamentalmente a la falta de identidad nacional. Lamentablemente, en esta orfandad de todos y la aspiración de ser una nación que viva la justicia, que viva en libertad y, que sea la democracia nuestra forma de vida -semilla buena-, también se incuba y crece la cizaña, que no es posible separar del maíz, sino hasta que ambos, maíz y cizaña, hayan crecido lo suficiente para distinguirlos.
Solo la unidad del pueblo terminará con la pesadilla que vivimos. Esta es una verdad incuestionable, pero, incluso, se hace necesario, por simple que parezca, reflexionar y entender ¿qué es la unidad?: ¿Es la unidad la suma simple de los individuos, respondiendo al llamado de una voz, o es la unidad, la acción consciente de todos en torno a valores y objetivos comunes?
Estos son, desde mi punto de vista, los principales obstáculos que debemos superar, para alcanzar la unidad que termine con la pesadilla y nos abra las puertas de un futuro en democracia:
Un proyecto de nación
Lo primero, sin duda, es abandonar la idiosincrasia del caudillismo y construir, entre todos, un proyecto de nación; permitirnos, nosotros mismos, soñar y construir nuestros sueños; rechazar la pretensión de algunos de soñar por nosotros; repudiar las vanguardias del leninismo, que sustituyen al pueblo mientras éste madura, al final no son más que el empedrado camino, de buenas intenciones, que conduce al infierno, a la burocracia y al sometimiento, cáncer del desarrollo.
Odio y revanchismo: el fin de las armas
Otro gran obstáculo para lograr la democracia, e incluso para lograr la construcción del proyecto de nación que necesitamos para descubrir el horizonte, es el odio y el revanchismo que de éste parte. Los momentos en que hemos estado más cerca de la unidad, han sido el 19 de julio, el 25 de febrero y el 18 de abril. Masa en catarsis, buscando la libertad; sin embargo, después de cada uno de estos días, floreció el odio que, en cada caso, surgió de las armas, que producen muerte, destrucción y un ciclo interminable; el que perdió un hermano, ahora quiere matar, sino al que lo mató, al que estuvo cerca de él, aunque solo haya sido partícipe de sus ideas; y, en vez de dejar que las ideas se confronten, vida se cobra con vida, la Ley del Talión. Sin armas, este ciclo se cierra. No necesitamos más cuerpos armados que, con el pretexto de una soberanía por defender, se dirigen contra los hermanos, consumen el erario y crean castas sociales.
Ambiciones personales y grupales
Como en cascada: sin un proyecto de nación, con castas armadas fratricidas, el terreno está listo para que se desarrolle el caudillismo oportunista; al que empuña las armas se le hace jurar sobre un papel sucio y confuso redactado por el caudillo, que, entre líneas, dice: -me defenderás a mí por sobre todas las cosas, yo te pago y te haré crecer dentro de esta casta; te permitiré matar, robar y enriquecerte, siempre que me protejas.
Aun los que, disfrazados de demócratas, crecen junto al maíz, aspiran a esa posición, al ejercicio de ese poder que se asienta sobre las armas, que crece desde el odio. El caudillismo es un mal endémico que, aún antes de manifestarse en plenitud, prepara su ruta, elabora planes que enamoran a muchos; al fin y al cabo, los libera de la dura tarea de pensar y construir; así, emergen, poco a poco, siempre acompañados de un coro de aduladores y, buscando permanentemente como descalificar y nulificar a otros aspirantes a caudillos que, por su parte, hacen lo mismo; seguro cada uno de que llegó su turno, mientras el pueblo se confunde con mensajes de unidad que cada uno envía, pero que son, sin aparente justificación, diferentes entre sí. No llaman a la unidad del pueblo en torno a un proyecto de nación, sino entorno a sus grupos y sus proyectos personales.
Confusión respecto de la democracia
Éste, dentro de los obstáculos, es el más parecido al canto de las sirenas, por qué… ¿quién no quiere la democracia? Es una de las ideas que más parecen unirnos; pero tirios y troyanos nos quieren hacer creer que la democracia se reduce a las elecciones, no centran su discurso prodemocrático en justicia y libertad, sino en que las elecciones sean libres y trasparentes, como si los límites de la libertad electoral no los estableciera el dictador; y, como si la transparencia, se limitara al conteo del sufragio y no se hubiera ya enturbiado, por los procesos de construcción de candidaturas y sus engañosos mensajes.
La democracia surge cuando la libertad y la justicia convergen y se realizan plenamente, cuando el ciudadano pierde el miedo; no cuando se abren y se cierran las juntas electorales y se cuentan los votos.
La brecha generacional y el latido de abril
El otro obstáculo, no menos importante, es el de la brecha generacional. Quienes nacimos en las décadas de los 50’s y los 60’s, que fuimos parte de los fenómenos sociales de las décadas de los 70’s y de los 80’s creemos que los jóvenes no están listos para ser relevos; porque además a nosotros no se nos ha permitido vivir en libertad y con justicia. Nos resistimos a dejar nuestro puesto, sentimos que somos la generación mesiánica, cuyo momento ha llegado… ¡los jóvenes deben esperar, ya llegará su momento! Se nos olvida que abril floreció gracias al sacrificio de los jóvenes que allanaron el camino, enfrentando con el pecho abierto a la dictadura, defendiendo a los ancianos contra el afán de privarles de un mínimo de seguridad para su ocaso, y defendiendo a la madre tierra, contra los faraónicos sueños de abrirla en canal o de ser destruida por el fuego.
El sueño de abril, cobró vida, latió, yo creo que ha nacido ya y que vive entre nosotros. Algunos creen que se frustró: ¡yo no lo creo! Late suave, late en cada corazón joven, late en los campesinos, late entre las mujeres; si ha estado amenazado es porque Herodes teme que viva, pero ha nacido y vive entre nosotros.
Conclusión
Pensar que en noviembre de 2021 terminará la pesadilla, es engañarnos. Debemos pensar, primero, en promover una gran discusión nacional, no entre sabios e intelectuales, sino desde el pueblo, en el pueblo, para construir un proyecto de nación que todos aceptemos y por el que estemos dispuestos a luchar; terminar con las armas, para que el odio y el revanchismo no tengan más camino que las ideas, confrontar las ideas, desterrar armas y los ejércitos; liberarnos del caudillismo, potenciando al ciudadano y su poder; vivo el ciudadano, con el corazón que comenzó a latir en abril, buscar la justicia en libertad, para que no vuelva a repetirse el oprobio; darle paso a la juventud, reverenciando a los que generosamente dieron sus vidas, aprender del campesino a amar la tierra.
Entonces sí, estaremos listos para enterrar el pasado sin nación en que hemos vivido. Si unas elecciones en noviembre, aun siendo limpias en el conteo y libres en la participación de fuerzas políticas, significaran el adiós de Ortega, aun tendríamos pendientes los obstáculos enumerados para conquistar la democracia. ¿Por qué no empezar desde ahora, sin renunciar a noviembre?