3 de agosto 2024
Julio de 2024 pasará a la historia como uno de los meses más trascendentales de la política estadounidense; entre el intento de asesinato de Donald Trump, el retiro del presidente estadounidense Joe Biden de su candidatura a la reelección, y el ascenso de la vicepresidenta Kamala Harris como presunta candidata del Partido Demócrata, resulta difícil seguir el ritmo frenético de la situación política. Aunque hay quienes recurren al pasado para orientarse o buscar tranquilidad, no queda claro que la historia pueda ofrecernos algo verdaderamente comparable al auténtico drama de las últimas semanas.
Desde que se despejaron las dudas de que Trump volvería a ser candidato del partido republicano, los demócratas han presentado a la elección como una batalla existencial entre la democracia y el autoritarismo: describen a Biden como un líder al estilo de Winston Churchill, que no solo protegerá a las instituciones democráticas y los valores estadounidenses, sino que además defenderá la libertad europea apoyando a Ucrania. Por el contrario, suelen señalar a Trump como el «Hitler estadounidense» —como alguna vez lo llamó su propio compañero de fórmula, el senador J.D. Vance—, decidido a convertir al país en una distopía autocrática. Esa fue la narrativa de campaña de Biden, y los comentarios iniciales de Harris indican que también será la de suya.
No es sorpresa que los republicanos vean las cosas de otro modo, durante una conversación privada, uno de los asesores de la campaña de Trump y Vance usó una analogía histórica inesperada. En vez de comparar a EE. UU. con el Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial, marcó un paralelo con la Gran Bretaña de posguerra —que, en su opinión, había vencido, pero estaba agobiada—. Después de la Segunda Guerra Mundial, la principal batalla política del Reino Unido fue interna: el Partido Conservador británico, que representaba a las élites y al imperio, contra el Partido Laborista, más cercano a los trabajadores y centrado en lograr la paz local.
Mi interlocutor dijo que los demócratas de hoy le recuerdan a los conservadores, que representaban a la clase alta, encarnaban a la clase política dirigente y procuraban mantener los símbolos de un imperio global en una época de reducción de gastos. La agenda protrabajadores de Trump y Vance, afirmó, refleja más al Partido Laborista de posguerra.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el Partido Laborista resultó especialmente atractivo para la clase trabajadora, que tenía la sensación de haber sufrido más de lo que le correspondía durante la guerra, cargaba con las consecuencias de las políticas extranjeras internacionalistas y, en términos generales, había quedado «marginada». De manera similar, Trump y Vance afirman que representan a los estadounidenses «olvidados» y el foco principal de su campaña es reinventar a la base de clase del partido republicano.
Trump y sus partidarios a menudo señalan que el Partido Demócrata es ahora el partido de Wall Street, Hollywood y Silicon Valley. Ahora, los asesores de los republicanos están tratando de cambiar la imagen del partido para pasar de «republicanos de club de campo» a «republicanos de la clase trabajadora». Cuando Vance dijo que esperaba celebrar en la Casa Blanca los diez años de sobriedad de su madre, se dirigió a una audiencia muy específica de estadounidenses de la clase trabajadora que sufren dificultades en los lugares «arrasados por la globalización», por lo que me comentó un estratega republicano.
Además, así como la izquierda de la Gran Bretaña de posguerra clamaba contra la influencia perjudicial de las élites de clase alta, Trump y Vance están haciéndolo contra la clase dirigente de Washington. En su ensayo icónico de 1941 «El león y el unicornio», George Orwell —ferviente partidario de los laboristas— llamó a reemplazar a los jerarcas del Reino Unido, que habían perdido contacto con la realidad. El movimiento «Que América vuelva a ser grande» (MAGA, por su sigla en inglés) alberga sospechas similares contra la clase dirigente vinculada con la seguridad nacional, los líderes militares y los grandes empresarios (los republicanos de hoy asocian a todos esos grupos con el Partido Demócrata). Como parte de la agenda de su Proyecto 2025, la Heritage Foundation propone despedir a los 50 000 empleados públicos federales que forman el Estado administrativo y reemplazarlos con una nueva clase de líderes, algo que Vance apoyó con entusiasmo.
Pero para mi interlocutor, la semejanza más relevante entre el Partido Republicano estadounidense actual y el Partido Laborista británico de posguerra está en las posturas sobre el papel de sus respectivos países en el mundo. Después de la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña tuvo que elegir entre mantener el imperio o —como proponían los laboristas— centrarse en el bienestar local... según los estrategas de Trump, EE. UU. enfrenta actualmente una decisión similar.
En los mitines, Trump suele criticar algo que considera un exceso estratégico del país, y señala que cuando fue presidente no inició guerras significativas ni intervenciones en el extranjero. En caso de ser electo, sostiene, habrá más paz y el foco volverá a estar puesto en la prosperidad local. La visión de Vance —centrada en aumentar el salario mínimo, ampliar los beneficios sociales y reforzar la regulación de las corporaciones— tiene cualidades casi socialdemócratas.
Ciertamente, a mis amigos demócratas —como a la mayoría de los historiadores reputados de la Gran Bretaña de posguerra— la comparación con los laboristas les resultará absurda; después de todo, el primer gobierno de Trump se centró más en cortejar a los plutócratas y recortar impuestos para los ricos que en crear un estado de bienestar. El gobierno de Biden, por su parte, hizo mucho para ayudar a los votantes marginados, especialmente a través de grandes iniciativas políticas como la Ley de Reducción de la Inflación... pero si la campaña de Trump y Vance se sale con la suya, los votantes no lo reconocerán.
A medida que se aproximan las elecciones presidenciales de noviembre, es indudable que los demócratas atacarán a Trump y Vance por sus posturas extremas sobre el aborto, la Constitución estadounidense y Ucrania, ideas que no están alineadas con la opinión pública dominante; pero también deben trabajar para desmantelar la narrativa de que Trump y Vance son los adalides de la clase trabajadora.
En cierto sentido, la Gran Bretaña de posguerra dejó a los demócratas actuales una lección importante: muchos esperaban que Churchill ganara las elecciones en 1945, pero la mayoría de los votantes británicos se decidió en última instancia por la agenda del Partido Laborista de sacrificar la gloria imperial en pos de la reconstrucción de la economía local. Trump, Vance y sus estrategas esperan que la promesa de que América vuelva a ser grande resuene de manera similar.
Por ello, Harris tendrá que esforzarse tanto por contrarrestar los llamamientos culturales y basados en políticas de los republicanos a los trabajadores como lo hace con las amenazas a los derechos reproductivos y la Constitución. Para derrotar a Trump en noviembre, los demócratas deben convencer a los votantes de que son el verdadero partido de la clase trabajadora estadounidense.
*Este artículo se publicó originalmente en Project Syndicate.