31 de julio 2024
Se van a escribir libros sobre el mes pasado en la política estadounidense. En el lapso de apenas cuatro semanas, la carrera por la presidencia de Estados Unidos se ha torcido, transformado, trastocado y reiniciado. Ahora, a solo unos 100 días de la elección, los norteamericanos empiezan a recorrer la recta final de la carrera.
Desde el inicio de la campaña, la principal preocupación de los votantes sobre el presidente Joe Biden era su edad. Biden, que ya es el presidente norteamericano de más edad de la historia, tendría 86 años al final de un segundo mandato de cuatro años. Tanto en las encuestas nacionales como de los estados oscilantes, los votantes expresaron serias dudas sobre su capacidad para mantener la agudeza mental necesaria para dirigir el país a una edad tan avanzada.
La actuación desastrosa de Biden en el debate presidencial el 27 de junio pareció justificar las preocupaciones de los votantes. Su respaldo cayó significativamente, pero no catastróficamente, solo por la profunda impopularidad de su oponente, Donald Trump. Si Trump fuera un candidato mínimamente más “normal”, podría haber sacado mucha más ventaja.
En las semanas posteriores al debate, mientras Biden, su familia y su círculo íntimo lidiaban con el interrogante de si debía o no bajarse de la carrera electoral, Trump se recluyó y pasó más tiempo en la cancha de golf que ante la mirada pública. Cuando apareció para un mitin de campaña en Pensilvania el 13 de julio, la saga electoral de Estados Unidos se volvió más dramática: mientras Trump pronunciaba su discurso, se escucharon disparos y la bala de un potencial asesino le rozó la oreja.
Inclusive después de la balacera -que Trump convirtió en una serie de imágenes astuta, con su puño en alto ante la multitud y la mejilla manchada de sangre-, el respaldo a Trump no subió. Tampoco ganó mucha tracción después de la Convención Nacional Republicana en Milwaukee, donde oficialmente aceptó su nominación como candidato presidencial del Partido Republicano con un discurso laberíntico, incoherente y divisivo que contravino los llamados a la “unidad” de su campaña frente a la violencia política.
¿Cómo podía todo este drama no influir en los votantes independientes e indecisos o en los republicanos anti-Trump? En pocas palabras, a la mayoría de los norteamericanos no les seducía ninguna de sus opciones. Biden es viejo, pero, con 78 años, Trump no es mucho más joven. Trump además es caótico, corrupto, irracional y probablemente implemente políticas que gozan de poco respaldo fuera de su base acotada y extremista.
Los demócratas también cometieron torpezas estratégicas importantes. Mientras Biden se debatía sobre si seguir o no en la carrera, su campaña y todo el aparato político demócrata debería haberse dedicado a atacar a Trump y a su flamante compañero de fórmula avalado por el Kremlin, J.D. Vance. Por el contrario, los demócratas quedaron suspendidos en una suerte de modo de espera -y no es la primera vez que esto pasa.
De hecho, en mis casi cinco años de trabajar junto con el aparato del Partido Demócrata, he visto de primera mano cómo una falta de voluntad o de capacidad para actuar de manera acelerada y decisiva ha hecho que el partido se vuelva excesivamente dependiente de factores externos para fortalecer su posición. Dobbs v. Jackson Women’s Health Organization -la decisión de la Corte Suprema de 2022 que derogó Roe v. Wade, el caso de 1973 que estableció un derecho constitucional al aborto- es un buen ejemplo. Los demócratas podrían haber cimentado Roe por estatuto federal en 2009, cuando controlaban la Casa Blanca y ambas cámaras del Congreso. Pero el presidente Barack Obama decidió que el derecho al aborto no era una máxima prioridad.
De manera que no debería sorprendernos que hayan sucedido tan pocas cosas del lado de los demócratas entre la debacle del debate de junio y el anuncio de la campaña de Biden, casi un mes después, de que se bajaba como el presunto candidato del partido y que respaldaba a la vicepresidenta, Kamala Harris. Lo que anteriormente era una revancha entre dos candidatos impopulares de edad avanzada se ha convertido en una contienda cautivante por el futuro de Estados Unidos.
El siglo XXI ha generado muchas primeras veces en la política norteamericana: el primer presidente afronorteamericano, seguido por el primer presidente autoritario en potencia, la primera elección realizada en medio de una pandemia global y ahora un candidato partidario importante que abandona la carrera después de ganar la primaria de su partido.
Pronto tal vez haya otra primera vez: si Harris gana en noviembre, será la primera presidenta mujer de Estados Unidos. Esa perspectiva ha demostrado ser estimulante. En poco más de 24 horas, los donantes desembolsaron la suma sin precedentes de 81 millones de dólares para la campaña de Harris y sus primeras apariciones han mostrado muchedumbres estruendosas. El Partido Demócrata -desde sus líderes hasta sus donantes- ha hecho lo que había que hacer: expresar un respaldo sin reservas por su nueva candidata.
La respuesta del equipo de Trump ha sido absolutamente predecible. Trump alegó que deberían devolverle los millones de dólares que gastó en hacer campaña contra Biden, y sostuvo que ungir a Harris representó un “golpe”. Varios miembros republicanos del Congreso se han referido a Harris como una candidata “DEI” (diversidad, equidad e inclusión), lo que sugiere que fue elegida por su identidad, no por sus antecedentes. El Partido Republicano le tira con munición pesada a Harris, pero, hasta el momento, nada ha surtido efecto.
En los próximos 100 días, el contraste entre los dos candidatos seguirá agudizándose. Al lado de la joven y energética Harris, Trump, con sus casi 80 años, se verá aún más decrépito. Mientras que Harris tiene el viento de cola, la falta de un amplio atractivo de Trump seguirá debilitándolo. Y en tanto Harris (es de esperar) abogue de manera clara, contundente y entusiasta para ingresar a una nueva era política post-“Baby Boom”, Trump, inepto y retrógrado, seguirá apoyándose en una retórica desagradable y una táctica de intimidación.
Como sugirió el difunto presidente George H.W. Bush, en política, se debería apostar por el equipo con “gran impulso”. Y, en este momento, ese es el equipo de Harris. Si logra crecer respaldada por ese impulso -y llevar el entusiasmo por su campaña hasta un punto culminante-, bien puede tener la oportunidad de infligirle una derrota aplastante a Trump y al Partido Republicano.
*Este artículo se publicó originalmente en Project Syndicate.