23 de julio 2024
Estamos a escasos días de las elecciones presidenciales en Venezuela. Contrario a lo que proyectaron en su momento sesudos análisis de los llamados “tanques de pensamiento” de Estados Unidos y Europa, las elecciones no se han suspendido ni tampoco, finalmente, el chavismo apeló a decisiones extremas como ilegalizar la tarjeta de la Mesa de la Unidad Democrática o incluso inhabilitar al candidato opositor Edmundo González Urrutia.
La campaña de Nicolás Maduro en búsqueda de la reelección ha seguido adelante pese a yerros importantes en su estrategia comunicacional, a la menor participación que tienen sus actos y a la falta de promesas novedosas, que vayan más allá de lo que el propio Maduro o antes el mismo Hugo Chávez ya prometieron y no cumplieron.
Contra todo pronóstico, debe decirse, la campaña electoral debe concluir esta semana para dar paso al proceso de votación en sí este domingo 28 de julio. Maduro no sólo decidió hacer campaña; salió a las calles de Venezuela a buscar los votos y para los suyos logró construir una narrativa.
Que alrededor de un tercio de la población o una cuarta parte en el peor de los casos, por razones diversas, sostenga en encuestas confiables que votará por Maduro no es un asunto que deba despacharse como algo menor. Sí, sin duda, habrá muchos venezolanos obligados a votar por el chavismo, pero en el ambiente de irreverencia que hemos presenciado en esta campaña, no todos los que votarán a Maduro lo hacen porque no pueden levantar la cabeza, sería un error hacer tal lectura.
Sin haber aumentado el salario mínimo ni las pensiones por más de dos años, con una irregular distribución de alimentos a través de unas cajas o bolsas CLAP cada vez más escuálidas, y con los sistemas públicos de salud y educación en ruinas, no es poca cosa que aún así haya gente que, ante la pregunta de una encuestadora, diga que votará por Maduro para que esté complete 18 años en el poder en 2030.
Existe un claro rechazo hacia el liderazgo opositor. Se trata de aquellos, que según sondeos, nunca votarían ni por María Corina Machado ni por Edmundo González Urrutia, esto está cercano al 30% y le otorga de entrada una base de respaldo a cualquier opción que justamente vaya en contra de la alternativa democrática.
Las redes tipo CLAP y otras de lo que quedó de las misiones, son mecanismos de coacción y control social. Pero no podemos soslayar la presencia de venezolanos de a pie entre quienes ejercen el control o quienes sencillamente no ven en estos mecanismos una manera de torcer lo que es su voluntad política. Es decir, votarán a Maduro no porque se les controle o coaccione, sino porque esa es su decisión. No podemos invisibilizarles o asumir que no existen.
Tomando en consideración este conjunto de factores, que sencillamente pueden resumirse en que el chavismo tiene un núcleo duro de votos, pasemos ahora a la posibilidad, en términos de política ficción, de que Nicolás Maduro gane las elecciones. Si nos guiamos por las fotos previas que muestran las encuestas, este escenario dependerá de cómo se desarrolle la jornada del 28 de julio.
Y qué cosas podríamos tener este 28 de julio. Una combinación de acarreo efectivo de votantes, junto a situaciones de tensión o enfrentamientos en las calles (“baño de sangre”, Maduro dixit) que inhiban o atemoricen a testigos electorales y miembros de mesa identificados con la oposición, posibilidad de fallas eléctricas o de conectividad a Internet que generen caos o desinformación, y el etcétera podría ser extenso.
Una o varias de estas acciones, que sin duda pueden denunciarse como fraude pero que serían de probar efectivamente como fraude si no hay testigos que las documenten, por sí solas o en sinergia podrían permitir abultar resultados a favor de Maduro en centros de votación donde hay históricamente control político del Partido Socialista Unido de Venezuela. Hubo no pocos centros rurales —en 2013, cuando existía una maquinaria opositora organizada— que terminaron con 200 votos a favor de Maduro y escasamente 3 ó 4 a favor de Henrique Capriles, por ejemplo.
Sin un fraude que pueda comprobarse y con una población atemorizada o resguardada en sus casas, en este escenario la jornada del 28 cierra con que efectivamente Nicolás Maduro, de forma cerrada, obtuvo más votos que González Urrutia. Es una posibilidad.
Si tal cosa ocurriese, y aquí seguimos en el terreno de escenarios posibles, sin que estemos decretando que tal cosa es lo que va a ocurrir, pasaríamos posiblemente por otra ola de descreimiento político y desesperanza en Venezuela, para un sector importante identificado con la oposición, con una casi segura implosión de la Plataforma Unitaria y del liderazgo de María Corina Machado.
Podría estabilizar Maduro la economía, con gremios y empresas privadas que justamente en esta campaña han evitado mostrarse con la alternativa democrática, pero sin un chance importante de crecer de forma pujante, necesaria para recuperar lo perdido. Para la población joven que permanece en Venezuela sería la señal, esta victoria de Maduro con un mandato hasta 2030, de que debe emigrar y podríamos presenciar otra salida masiva de venezolanos y venezolanas.
Si Maduro es reelecto y cumple su promesa, estaría llamando a un gran diálogo nacional a partir del 29 de julio, y es posible que el universo de otras candidaturas —con excepción de González Urrutia— se sumarían a tal iniciativa política con un mandatario que afianzaría su posición de poder en el Estado y en el partido oficial. Se entronizaría el madurismo y habrá muerto, definitivamente, el chavismo.
*Artículo publicado originalmente en El Estímulo.