7 de julio 2024
La respuesta a la pregunta de si Venezuela es un componente importante o no en la escena geopolítica internacional, es de sucesivas altas y bajas. Hay temporadas en las que los analistas coinciden en que la importancia es significativa (en estos análisis la variable de la producción o de las reservas de petróleo y gas del país está inevitablemente presente). A las valoraciones altas le siguen temporadas en las que predomina el criterio contrario: que nuestra Venezuela no tiene la importancia que podría (o debería) tener para Estados Unidos, Europa y otras naciones democráticas, porque todas están muy concentradas, o en sus respectivos problemas domésticos, o en conflictos en otras regiones del planeta.
La primera consideración que me atrevo a sugerir es la siguiente: la situación de Venezuela —las violaciones a los derechos humanos que ocurren todos los días; la destrucción de la institucionalidad democrática; el empobrecimiento masivo de la sociedad; el proceso de migración forzosa de casi ocho millones de venezolanos; la instauración de una estructura de corrupción como el componente nuclear del poder— es relevante para innumerables naciones de forma permanente, entre otras buenas razones, por el modo en que, por ejemplo, la migración venezolana ha impactado en las políticas públicas de más de catorce países de América Latina, también en Estados Unidos, Canadá y España, así como en otros países del continente europeo.
Otro factor de enorme importancia es la corrupción, cuyo flujo de dineros ilegales ocupa a los entes financieros del mundo entero, o la situación todavía más alarmante, la de un régimen que participa abiertamente como protector, aliado o socio de operaciones de narcotráfico. O, como comienza a develarse recientemente, la existencia dentro de las estructuras policiales y militares, de altos oficiales que están traficando con armas capturadas a los delincuentes en territorio venezolano, que ahora aparecen en delitos cometidos en Chile, Perú, Ecuador y Colombia.
Pero no ha sido necesario que todas estas expresiones de la crisis venezolana se convirtieran en problemas concretos para otros países, para que la atención sobre Venezuela se despierte y se mantenga así, desde 1999. Apenas Hugo Chávez Frías se hizo con el poder, comenzó a torcer la política exterior venezolana hacia unas alianzas con los países que conforman el eje del mal —Rusia, China, Irán, Cuba y Nicaragua, entre otros—. Por lo tanto, para las estrategias de esos poderes, el país adquirió la categoría de enclave de interés estratégico. Con esto quiero decir que, en el escenario polarizado por planeta, Venezuela constituye un interés fundamental.
Si para China, Rusia e Irán, el territorio venezolano es un apetitoso enclave, porque puede servirles de plataforma de operaciones para sus intereses expansionistas, las democracias de Occidente no pueden permanecer indiferentes o de espaldas por el peligro que esto representa. Por lo tanto, y aquí llego a la pregunta formulada en el título del artículo: ¿A quiénes importa Venezuela? Respuesta: a todos. A tirios y troyanos. A Putin y a Biden. A la dictadura china y a la Comunidad Europea. Venezuela importa a los defensores y a los enemigos de las libertades.
Por supuesto: es indiscutible que la invasión de Rusia a Ucrania o el conflicto desatado en Gaza tras el ataque perpetrado por terroristas musulmanes en contra de civiles israelíes, ha obligado a las naciones aliadas de los demócratas venezolanos, a concentrar sus esfuerzos en las confrontaciones bélicas. Ucrania y Gaza son realidades prioritarias y decisivas. Pero lo medular es que esto no saca a Venezuela de la agenda de los temas que requieren seguimiento constante. En el fondo, es terrible reconocerlo, en Venezuela se está produciendo una lucha excepcional de parte de la mayoría de la población, por evitar que la nación venezolana sea fagocitada por la voracidad y los métodos totalitarios de China, Rusia e Irán.
Es en este marco de cosas que llegamos a este momento crucial, a tres semanas de las elecciones presidenciales. No se equivocan quienes han advertido, que lo que está en juego no es únicamente el proceso electoral, ni cuál será la voluntad que se expresará en los centros de votación —que ha sido anunciada en las encuestas y en las demostraciones de calle—, sino cuál será la reacción del Gobierno cuando se concrete lo que ya sabe: que ha sido derrotado.
Así las cosas, la pregunta de ¿a quién importa Venezuela?, adquiere nuevas dimensiones. Para los países fronterizos, particularmente Brasil y Colombia la cuestión venezolana se torna protuberante una vez más, puesto que, de materializarse un fraude electoral, se producirá una oleada de migración forzosa, muy probablemente de proporciones desconocidas hasta ahora: no menos de 300 000 personas migrando hacia Brasil en un período de tres meses; no menos de millón y medio de compatriotas cruzando las fronteras hacia Colombia, o bien con la intención de permanecer en ese país o de seguir hacia Ecuador o Perú. Vendría una debacle de dimensiones desconocidas hasta ahora, de consecuencias en lo humanitario sin precedentes.
En consecuencia, el destino de Venezuela es asunto de buena parte del planeta. Está en juego, entre muchas otras cosas, la política de Biden y el Partido Demócrata anudada en el Acuerdo de Barbados, sea o no candidato presidencial para medirse con Donald Trump. Está en juego el impacto político que un zarpazo de Maduro podría tener en la credibilidad discursiva de los presidentes Boric, Petro y Lula, acerca de la viabilidad democrática de la izquierda. Y, por supuesto, está en juego la viabilidad de la nación venezolana, que sufriría un castigo que devastaría la convivencia, la economía y que elevaría los indicadores de pobreza real a cotas hasta ahora desconocidas, y que tendría un oneroso impacto en toda la región.