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La promesa del centro político en un mundo polarizado

Los centristas piensan que los problemas complejos exigen soluciones complejas, que la moderación es una virtud y que el transar no es un vicio

Vista de una votación en la ONU. Foto: EFE/Sarah Yenesel

Andrés Velasco

/ Yair Zivan

5 de julio 2024

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Al enfrentarse con populistas de derecha e izquierda en un año en el que se realizarán elecciones en países que representan casi la mitad de la población global, los políticos de centro han estado a la defensiva. ¿Podrán resurgir? El centrismo ¿puede ofrecer respuestas coherentes a la diversidad y a la complejidad de los desafíos que enfrenta el mundo? ¿Existe un tipo de centrismo que rinda frutos tanto en América Latina como en Norteamérica, en Europa y Asia, en África y en Australia?

Un libro reciente, al cual contribuimos los dos autores, ofrece algunas respuestas.

El centrismo consiste en un compromiso inquebrantable con ciertos valores fundamentales: los derechos individuales, la democracia liberal, el pluralismo cultural y la igualdad de oportunidades. Estos principios fundamentales vinculan a intelectuales y políticos de centro a través del mundo hace por lo menos 40 años, desde la “tercera vía” del presidente estadounidense Bill Clinton y el ex primer ministro del Reino Unido, Tony Blair, hasta los centristas contemporáneos como el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y el ex primer ministro de Israel, Yair Lapid.

Algunos de los desafíos políticos más urgentes, como la extrema polarización ideológica y el aumento del populismo, son comunes a casi todo el mundo. En otros asuntos predominan las consideraciones políticas nacionales, pero aun así reflejan temas globales.


Por ejemplo: ¿Cómo encontrar el equilibrio entre los enormes beneficios del comercio internacional y los efectos nocivos que este puede tener en ciertas comunidades locales? ¿Cómo garantizar la seguridad al mismo tiempo que se preservan de manera escrupulosa las libertades individuales? ¿Cómo aprovechar el tremendo potencial de la innovación tecnológica y paralelamente proteger a las poblaciones de sus efectos secundarios no deseados? ¿Cómo garantizar que la innovación y el espíritu empresarial puedan prosperar y, al mismo tiempo, asegurar que los más pobres no se queden atrás? Al poner en práctica los principios del liberalismo progresista, el centro político puede proporcionar respuestas específicas a cada uno de estos desafíos.

Los centristas piensan, y con razón, que los problemas complejos que enfrentamos exigen soluciones complejas, que la moderación es una virtud y que el transar no es un vicio. Sin embargo, el centrismo no tendrá éxito si termina siendo un simple punto medio razonable entre los dos extremos de un populismo iliberal de izquierda y un populismo iliberal de derecha. El centrismo debe ofrecer su propio enfoque político, que, si se articula de manera adecuada, obligará a que, en respuesta, los otros actores políticos se definan.

Por sí solos, los principios y las propuestas políticas no son suficientes. Así como gobernar suele ser el arte de lo posible, la política es, antes que nada, el arte de ganar para poder llegar a gobernar. Para que los centristas logren conquistar el corazón y la mente del público, deben conectarse con el fuerte sentido de identidad y las inquietudes del electorado que buscan representar.

Los populistas se fortalecen explotando el miedo y la división en la sociedad. Como comprenden la naturaleza tribal de la humanidad, prometen un sentido de pertenencia a un grupo propio (el pueblo o la nación), el cual se define por su oposición a un grupo externo, real o imaginario (la elite, los inmigrantes, los extranjeros, el otro). El populismo es siempre un tipo de política identitaria: nosotros versus ellos.

Esta manipulación de la identidad para lograr beneficios políticos es peligrosa. Pero también lo es el negar que los temores de los votantes tienen causas profundas y genuinas. El sentido de identidad nacional y comunal es fundamental en la percepción que cada uno tiene de sí mismo. El declive de las ciudades retrasadas en el Medio Oeste de Estados Unidos o en el Norte de Inglaterra debilita ese sentido de pertenencia. La sensación de que la inmigración masiva amenaza las identidades locales también es comprensible, al igual que la preocupación de que el rápido cambio tecnológico va a destruir empleos y devastar a la clase media.

Los centristas tienen que demostrar que comprenden el origen de dichos temores. Los votantes solo confían en los políticos con quienes se pueden identificar y, todavía más, en los políticos que se identifican con las ansiedades de sus votantes.

Una discusión nacional seria acerca de los pros y los contras de la inmigración solo puede comenzar después de que los políticos se hayan ganado la confianza de los electores. Con suerte, surgirá entonces una política migratoria que evite la trata de personas, brinde asilo a quienes realmente lo necesitan y aproveche los beneficios de los conocimientos que aportan los inmigrantes.

Lo mismo es válido para el mercado laboral. Un empleo de larga data crea un sentido de identidad personal y vínculos con la comunidad local. Los trabajadores aceptarán dejar una industria en declive solamente si confían en que el gobierno les va a proporcionar una capacitación de calidad, que conduzca a empleos decentes y bien remunerados. No es coincidencia que las políticas activas en el mercado laboral, con flexibilidad contractual, un generoso seguro de desempleo y ambiciosa capacitación, hayan surgido primero en los países escandinavos, donde prima la confianza.

También está el desafío político de máxima envergadura: el calentamiento global. Combatir el cambio climático exige que la ciudadanía acepte pagar un costo hoy (por ejemplo, un alza en el precio del diésel y otros combustibles fósiles) a cambio de un beneficio (un planeta más frío) que se producirá en un futuro lejano. Lograr un acuerdo como este requiere de una dosis cuantiosa de confianza mutua entre los políticos y los votantes.

Allí donde los populistas venden el miedo, los centristas deben ofrecer esperanza. La humanidad ha demostrado una y otra vez que puede abordar problemas complejos y superar la adversidad. Un mensaje esperanzador, permeado de empatía y pragmatismo, constituiría un quiebre dramático con la dirección actual de la política global. Esa es nuestra mejor alternativa. Y los centristas son quienes pueden ponerla en práctica.

*Artículo publicado originalmente en Project Syndicate.

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Andrés Velasco

Andrés Velasco

Economista, académico, consultor y político chileno. Fue ministro de Hacienda durante todo el primer gobierno de Michelle Bachelet (2006-2010). Es director de Proyectos del Grupo de Trabajo del G30 sobre América Latina y Decano de la Escuela de Políticas Públicas de la London School of Economics and Political Science. Sus textos son traducidos por Ana María Velasco.

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