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¿Qué está en juego en la Amazonía?

A nada que nos descuidemos, se perderá su selva y, con ella, uno de los grandes tesoros del planeta, junto a los océanos y las grandes cordilleras

Barcaza típica del Río Amazonas, en Manaus, Brasil. Foto: Tomada de Meer

Manuel Iglesia-Caruncho

1 de julio 2024

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En ese territorio de una extensión arbolada de 6.7 millones de kilómetros cuadrados, más de once veces el tamaño de España y Portugal juntas, lo que está en juego es que, a nada que nos descuidemos, se perderá su selva y, con ella, uno de los grandes tesoros del planeta, junto a los océanos y las grandes cordilleras.

Y, ¿qué tiene de particular ese territorio, aparte de su extensión? Pues, en primer lugar, su población. Si nos ceñimos a Brasil, que cuenta con el 61% de las tierras amazónicas, se estima que en ellas viven unos 250 000 indígenas, repartidos entre 80 etnias, y otros 24 millones de habitantes, de ascendencia blanca, negra y nativa. Está también su biodiversidad: guacamayos rojos, azules y amarillos; tucanes, loros, paujiles, jabalíes, buitres, corzos, tapires, armadillos, ocelotes, jaguares; y los macacos: monos araña, monos aulladores, perezosos; y los osos hormigueros. También peces, incontables clases de insectos y miles de millones de árboles; y los xapiri, espíritus de la selva que los chamanes convocan bebiendo yakoana. Eu non creo nelas mais habelas, haylas, como diría un gallego de las meigas.

La selva amazónica tiene también de particular los llamados “ríos voladores”, formados por la evaporación del agua, los cuales fertilizan Brasil, Paraguay, Uruguay y el norte de Argentina. Los árboles devuelven a la atmósfera, en forma de vapor de agua, billones de litros que proceden de las lluvias, tantos que superan el agua que el Amazonas vierte al Atlántico. Sin selva dejarán de existir y de cumplir esa función vital para la agricultura y para la vida de millones de personas.

Otra particularidad: la selva es, o podría ser, un gran sumidero de CO2. Ahora bien, debido a las talas y a los incendios —98 000 quemas sólo en 2023— emite más CO2 que el que absorbe. Si persiste como fuente neta de emisiones, será muy difícil combatir la crisis climática. Y la Amazonía no sólo genera oxígeno y regula el clima, sino que dispone de más de una quinta parte del agua potable mundial.


Pues bien, vamos por el camino de que, cuando invoquemos sus dones, se habrán esfumado. En los últimos 40 años, el 47% de la selva amazónica se ha visto afectada por la actividad humana, aproximándose así a su umbral crítico. Sólo Brasil ha perdido el 20%, una extensión superior a la de la Península Ibérica, y ha visto degradarse un territorio aún mayor por incendios, sequías y agronegocios. La destrucción continúa, si bien con distinta intensidad según quién gobierne en Brasilia.

¿A quién pertenece la selva?

Esta es otra pregunta esencial. Una primera respuesta la ofrece el sentido común: la selva es de ella. Pertenece a la infinidad de especies, animales y vegetales que la habitan, entre las cuales están los seres humanos, indígenas y no indígenas. La selva es su casa y, si desaparece, esas especies quedarán condenadas a no vivir.

La respuesta legal es más compleja y necesita cierta extensión: la propiedad de la selva se reparte entre comunidades indígenas, empresas y propietarios particulares, y el Estado. Comencemos por las primeras: el reconocimiento de las tierras indígenas se produce por la “demarcación”. En el caso de Brasil, la Fundación Nacional de los Pueblos Indígenas (FUNAI) lleva registradas 761 tierras —regularizadas o en fase de regularización—, las cuales abarcan un 13.7% del territorio brasileño, 1.2 millones de km2. Bolsonaro paralizó los procesos de demarcación, pero el gobierno de Lula los ha retomado.

La mayor demarcación llevada a cabo en Brasil, país en el que se centra este artículo, se produjo en 1992, después de que docenas de miles de garimpeiros (buscadores de oro) invadieran las tierras de los yanomami y les contagiaran enfermedades contra las que no poseían inmunidad. Se estima que murieron más de un millar, en una población total de 54 000 personas —29 000 en Brasil y 25 000 en Venezuela—.
La demarcación, conseguida por las presiones de la comunidad yanomami y apoyada por organizaciones internacionales como Survival International, ascendió a 9.6 millones de hectáreas y es la mayor del mundo. Quédense con este nombre: Davi Kopenawa, presidente de la “Asociación Hutukara Yanomami”, quien jugó un papel crucial en la unión de las distintas tribus yanomami para conseguir la demarcación. Aun así, las invasiones a sus tierras no han cesado y varios de sus ríos principales están contaminados por el mercurio utilizado en la obtención del oro.

En lo que respecta a las propiedades de empresas e individuos privados, su estimación es complicada por la práctica de los grileiros, como se conoce a los delincuentes que se han ido apropiando de forma ilegal de millones de hectáreas selváticas para enriquecerse y especular con ellas. Los grileiros reciben ese nombre por los títulos de propiedad falsos que colocaban en una caja con grillos vivos, cuyos excrementos amarillean los documentos, confiriéndoles así el aspecto de antiguos y verdaderos.

Eliane Brum en su obra La Amazonía, se hace eco del estudio del académico Maurício Torres, quien estimó que algunos municipios de Brasil, como el de Sao Félix do Xingú, tendrían que contar con tres pisos de altura para que cupieran todas las propiedades escrituradas: mientras el territorio constaba de 8.4 millones de hectáreas, las escrituras de propiedad sumaban 28.5 millones. Y está el caso de Saraiva de Farias, narrado por la investigadora Leonor de la Puente, quien se declaraba propietario de 12 millones de hectáreas —Portugal entero suma 9.2 millones—. Esos comportamientos no son fáciles de corregir pues el grileiro cuenta con la conchabanza de registradores de la propiedad, con sicarios y con fuertes complicidades en la clase política. Leonor de la Puente narra el caso de una venta de tierras al sur del Estado de Pará, con títulos falsos, a la empresa Allied Cambridge. Las habitaban 25 000 indios kayapó, quienes, como es lógico, se declararon en pie de guerra.

En la actualidad, las propiedades privadas en la Amazonía brasileña superiores a 1000 hectáreas suman 73 000 y ocupan 1.4 millones de km2, una extensión equivalente a Francia, España y Portugal juntas. Claro, no todas las propiedades son robadas. También provienen de licitaciones convocadas por el Estado para arrendar o privatizar parte de la selva.

El primer Gobierno de Lula privatizó tierras con el objetivo de detener la deforestación ilegal mediante la explotación sostenible de la madera y otros productos; las empresas se comprometían a reforestar y a no sobrepasar la comercialización de una determinada cantidad de árboles por hectárea.

En fin, están las tierras que pertenecen a pequeños agricultores y ribereños no indígenas que viven de sus cultivos, la pesca, la caza, la explotación de los frutos de los árboles, como las castañas de Brasil, y sus gallinas. Nada que ver con la explotación de los grileiros y terratenientes que talan sin control para criar ganado o plantar soja. Ahora bien, la ingente cantidad de pequeños agricultores —las propiedades menores de 100 hectáreas son unas 400 000— ejerce también un impacto considerable en la selva. Lula puso en marcha el programa “Tierra Legal” para regularizar los títulos de pequeños propietarios e incentivar la reforestación de áreas degradadas. Se pretendía certificar 296 000 propiedades irregulares, aunque al final se emitieron muchos menos certificados de propiedad (CCIR). La presión de los grupos conservadores en favor de que se expidieran a los ganaderos fue una de las dificultades que el programa atravesó.

Y para terminar con el recuento, las propiedades entre 100 y 1000 hectáreas serían 447 000 y ocuparían 400 000 km2; y el Estado poseería unos dos millones de Km2 de selva.

Una historia de héroes y villanos

Hagamos ahora otro recuento: el de héroes y villanos. Los villanos delinquen sobre todo de cuatro formas: la tala ilegal, la minería clandestina, la agricultura ilícita y el acaparamiento de tierras públicas. Entre ellos están los grileiros, como el mentado Saraiva de Farias; las madereras que explotan madera noble con certificaciones falsas; los terratenientes que queman la selva para el agronegocio; los garimpeiros, que invaden tierras indígenas y envenenan sus ríos —aunque en muchos casos sólo tratan de huir de la pobreza—; y las compañías mineras legales pero abusadoras del entorno, como la Hydro, que excava bauxita y la refina en la Hydra Alunorte, construida sobre uno de los manantiales del río Murucupí, la cual ha sido denunciada en distintas ocasiones por contaminación, según recoge Brum en su obra mencionada.

Los Gobiernos que han protegido a todos los anteriores, como los de la dictadura y el de Bolsonaro, sobresalen entre los villanos, como también, diputados y senadores (y alcaldes y gobernadores) que forman parte de los partidos ruralistas y bolsonaristas, los cuales, aprovechando sus mayorías parlamentarias, aprueban leyes para dificultar las demarcaciones e incluso para revisar las ya aprobadas. Y están algunos grandes bancos, como Citibank, JP Morgan Chase, Itaú Unibanco, Santander y Bank of América, que siguen financiando la explotación de hidrocarburos en la selva. Sólo la codicia y la ignorancia pueden explicar ese comportamiento tan ruin.

Las clases medias de Occidente —no digamos los ricos—, tenemos una parte de responsabilidad, aunque no comparable a las mencionadas. Nos cuesta reconocer que el consumo excesivo de carne roja no sólo atenta contra nuestra salud, sino que lo hace también contra una parte de la selva, que se deforesta para la cría y pastos del ganado.

Entre los héroes están, en primer lugar, las comunidades indígenas, las cuales han padecido invasiones, ataques, envenenamiento de sus ríos y epidemias. Luchan no sólo para que se reconozcan sus derechos: como dice Davi Kopenawa, “los yanomamis estamos trabajando para conservar la Amazonía no solo para nosotros, sino para toda la humanidad”. Las investigaciones le dan la razón: las zonas selváticas en manos de tribus sufren menor deforestación. Otra heroína es Sonia Guajajara, coordinadora de la Articulación de Pueblos Indígenas de Brasil y ahora ministra de los pueblos indígenas; y Raoni, cacique del pueblo Kayapo y uno de los impulsores de la “Alianza de los guardianes de la madre naturaleza”.

Entre los héroes están también los habitantes no indígenas que viven honradamente de la selva y la defienden, como los seringueiros (recolectores de caucho). No olviden a Chico Méndez, seringueiro, sindicalista y medioambientalista, asesinado en 1988 por el terrateniente Darly Alves y uno de sus hijos. Chico fue otra persona más, entre cientos de asesinados -abogados, periodistas, sindicalistas, medioambientalistas y religiosos- por personajes de la calaña de los Alves.

La Iglesia y sus representantes, como Dom Erwin Krautler, carismático obispo de Xingú, o Dorothy Stang misionera asesinada, siempre han defendido a los pueblos de la selva. Y la estatal Fundación Nacional del Indio (FUNAI), ahora Fundación Estatal de los Pueblos Indígenas, deja algunos héroes, como el indigenista Sydney Possuelo, y algún villano, como Marcelo Xavier da Silva, nombrado presidente de la FUNAI por Bolsonaro. Durante su mandato aumentaron la violencia y las invasiones contra los territorios indígenas.

Otra heroína es Marina Silva, ministra de Medio Ambiente y Cambio Climático en el actual gobierno de Lula, quien fue seringueira. Y el propio Lula podría ser uno de los héroes si deja atrás algunas tentaciones, como la que le llevó, durante su primer mandato, a apoyar la construcción de la Central hidroeléctrica de Belo Monte, un megaproyecto de triste recuerdo para la población de las orillas del Xingú, o la que le lleva en la actualidad a permitir la exploración petrolera en la desembocadura del Amazonas, condenada por Marina Silva. Ojalá se imponga el otro, el dispuesto a demarcar nuevas tierras, a ordenar la expulsión de los garimpeiros de los territorios que no les pertenecen y a dinamizar las “Conferencias de presidentes de los países amazónicos” —los países con selva, además de Brasil, son Perú, Bolivia, Colombia, Venezuela, Guyana, Ecuador y Surinam.

Entre las heroínas, hay que incluir a Eliane Brum, autora de La Amazonia, cuya lectura me inspiró a escribir este artículo. Periodista y escritora, lo que se refleja en la calidad literaria del texto y en el trepidante pulso narrativo que consigue, Brum escribió el libro en estado de gracia. Es un hermoso canto a la selva y a la lucha por salvar la Amazonía.

¿Qué puede hacer la comunidad internacional por la Amazonía?

Aunque las actuaciones de la comunidad internacional para apoyar a gobiernos y pueblos amazónicos y salvar la selva exceden las pretensiones de este articulo —quede su análisis para uno próximo—, intentemos una aproximación. De entrada, la respuesta es simple: lo que hay que hacer es dificultar la actuación de los villanos y favorecer la de los héroes. Y esto nos interpela a todos, gobiernos, organismos internacionales, ONG y al común de las gentes.

A los Gobiernos de las cuencas amazónicas les corresponde la demarcación de los territorios indígenas, sin dilaciones, su protección, y la ampliación de las áreas de conservación. Para ello tienen que disponer del personal y los recursos necesarios. Y les corresponde también apoyar a los campesinos y pequeños propietarios para que se dediquen a una agricultura sostenible. No son tareas fáciles debido a la continua labor de zapa de los políticos vinculados al agronegocio y a las demás actividades expoliadoras de la selva. Por ello, a la comunidad internacional corresponde apoyar las iniciativas de los mandatarios más activos en la defensa de la selva, como Lula, o Petro, y presionar a los demás para que cumplan con sus obligaciones. La sociedad civil debe interesarse por esa labor de gobiernos y organismos internacionales y demandar el apoyo a las organizaciones indígenas en el desarrollo de servicios de salud y programas sociales adaptados a su realidad y en que se traten los ríos contaminados.

El común de las gentes, además de reducir el consumo de carnes rojas, puede apoyar a las ONG probadas en la defensa de la Amazonía, como la mencionada Survival International, y a las propias organizaciones indígenas y sus coordinadoras.

Los desarrollistas, de derechas y de izquierdas, pensarán: pero ¿cómo teniendo esa enorme riqueza que es la selva, vamos a renunciar a apropiarnos de ella? Pregunta formulada en distintas latitudes y épocas y así nos va, con la crisis climática y la extinción de las especies. Hora es de que nos ocupemos de otras maneras más saludables de alcanzar el desarrollo: la paz, la cultura, la educación, la igualdad social, étnica y de género, el cuidado ambiental, el buen uso de la ciencia y la I+D+i, el ocio, la cooperación internacional...

Quedan motivos para la esperanza. Entre ellos, la cada vez mayor organización de los pueblos indígenas y su disposición a luchar por sus derechos. En abril pasado, cerca de 9 mil representantes se reunieron en Brasilia y divulgaron una Declaración de los pueblos indígenas de Brasil.

Dijeron, mientras se movilizaban en protesta por la “Ley del Marco Temporal, aprobada por el Congreso brasileño en septiembre de 2023, la cual pretende limitar las demarcaciones. Una vez más los villanos enseñaban su pezuña. Más, ¡qué nadie nos confunda! En la lucha por sus tierras y su dignidad, debemos apoyar a los héroes.

Por ellos, por la humanidad y por las especies no humanas, como clama Kopenawa.

*Reportaje publicado originalmente en Meer y Mundiario.

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Manuel Iglesia-Caruncho

Manuel Iglesia-Caruncho

Doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid. Trabajó en distintos puestos en la Agencia Española de Cooperación Internacional y en la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional en Madrid y durante casi quince años en Nicaragua, Honduras, Cuba y Uruguay.

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