1 de julio 2024
Entre 1945 y 2019 Bolivia fue el país del mundo que más golpes de Estado sufrió en el mundo, a gran distancia de Haití, Argentina y Venezuela. Si se incluye al de ayer, han sido 34 en todos estos años, un fiel reflejo de su inestabilidad institucional, aunque tras el comienzo de la transición a la democracia en 1982 no se había vivido nada semejante. Si a esto le sumamos las 19 constituciones en vigor desde 1826 (prácticamente una cada diez años) la idea de inestabilidad es aún más clara.
Al igual que casi la mitad de los golpes anteriores, la asonada militar encabezada por el general Juan José Zúñiga terminó en el bochorno más absoluto y no con la entronización de un nuevo Gobierno militar. Nadie sabe todavía cuál era el objetivo real de los militares golpistas, pero lo cierto es que Zúñiga se presentó como “el salvador de la patria”, amenazó con remodelar el gabinete presidencial, con liberar a los presos políticos, incluida la expresidenta Jeanine Añez, y restablecer la democracia boliviana, capturada por unos pocos políticos irresponsables.
Finalmente, terminó en la cárcel, sus bravatas transformadas en meras amenazas y su aventura etiquetada como un completo fracaso. Sin embargo, esto no le impidió acusar al presidente Luis Arce de estar detrás del golpe, intentando aumentar su popularidad. Si bien Zúñiga tenía la total confianza del presidente, todavía hay muchas dudas sobre lo ocurrido el miércoles en La Paz. Una de las múltiples incógnitas es la identidad de los instigadores del golpe y sus objetivos. Todo fue muy chapucero, muy improvisado como para responder a un guion sofisticado.
Los golpes militares ya no son lo que solían ser. Hoy se llama golpe a los episodios más variados. Así, ha habido golpes parlamentarios, golpes mediáticos o golpes de calle. Cualquier cosa, con algún viso de trascendencia política, puede denominarse golpe. Incluso se llamó golpe, con mayúscula, al proceso que terminó con la renuncia de Evo Morales y su exilio en México tras las elecciones de 2019.
Lo ocurrido no solo fue posible gracias a la pésima gestión del presidente Arce y sus colaboradores (lo que algunos denominan “ineptocracia”), sino también al desafío constante a la figura presidencial y a las instituciones democráticas por el expresidente Morales. Tras esta intensa pugna política está la nominación del candidato oficialista para las elecciones del año próximo.
Tanto Arce y sus seguidores como Morales y los suyos no se ahorran absolutamente nada para descalificar a sus enemigos. Paradójicamente estos no están en la oposición sino en sus propias filas. “Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros”, fue la certera frase del exministro Pío Cabanillas, durante la transición española, a la vista de la guerra fratricida dentro de la UCD. Algo similar ocurre con el gobernante Movimiento al Socialismo —Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP), fracturado entre evistas y arcistas.
Junto al enfrentamiento entre Arce y Morales hay otro paralelo entre Morales y David Choquehuanca, actual vicepresidente y en su día ministro de Exteriores en el primer gobierno del MAS. Choquehuanca no le perdona a Morales la utilización del movimiento indígena en su propio beneficio político. De ahí que utilice munición de grueso calibre para descalificarlo. En una reunión del MAS, en mayo pasado, criticó frontalmente a Morales, aunque sin citarlo, por su caudillismo, por el culto a la personalidad y por su autoritarismo, un conjunto de prácticas muy nocivas que comparó con las vigentes durante “la Alemania nazi”.
La ambición política de Morales no tiene límites, pese a haber sido presidente durante tres mandatos (entre 2006 y 2019), haber sido derrotado en un referéndum que le imposibilitaba volver a presentarse y contar con una sentencia en su contra del Tribunal Constitucional que lo inhabilita como candidato para 2025, a la vez que anula la reelección indefinida. Pese a ello, el expresidente intenta hacer todo lo que esté en su mano para volver a gobernar el país, aún a costa de acabar con la democracia boliviana y sus instituciones.
Los golpistas contaban, de una u otra manera, con el descontento popular. Un descontento facilitado por la ineptitud de unos y el chantaje de los otros, lo que ha provocado una inquietante falta de combustibles y dólares, agravada por los bloqueos de carreteras por parte de los transportistas. Pese a ello, el rechazo frontal a la asonada fue asumido transversalmente por todas las fuerzas políticas, y extendido a prácticamente todos los Gobiernos latinoamericanos.
De cara a las elecciones presidenciales de 2025 el panorama es sumamente complicado, especialmente tras lo ocurrido el miércoles. De estos hechos emerge un presidente mucho más débil, pese a su enfrentamiento con Zúñiga. Para complicar las cosas, a la fractura del oficialismo se agrega la división de la oposición y la debilidad de los partidos políticos. De ahí lo complicado de analizar el futuro del país. Como bien decía un periodista boliviano, ya fallecido: “El que sepa lo que va a pasar en Bolivia, está mal informado”.
*Artículo publicado originalmente en El Periódico de España.