8 de junio 2024
Ante la incertidumbre de la transición democrática en Nicaragua, “la oposición debe trabajar como si la transición fuera a comenzar mañana”, valora el sociólogo Roberto Stuart. Pero el presidente de Hagamos Democracia, Jesús Téfel, asegura que la transición comenzó en 2018, cuando Nicaragua dijo “ya no queremos nada con Daniel Ortega y Rosario Murillo”.
De acuerdo con Stuart, los opositores saben que, a pesar de las evidentes señales de descomposición del régimen, eso no significa que su anunciada implosión sea inminente; y como la gran mayoría respalda la idea de que la salida debe ser cívica y pacífica, eso implica que hay que estar listos para soportar una larga carrera de obstáculos, e incluso estar preparados psicológicamente para negociar con los representantes del régimen.
La coordinadora de la Asociación Feminista La Corriente, María Teresa Blandón, señala que el primer requisito es “salir de esta dictadura, que ha afectado, ha herido, ha fracturado de manera muy grave tanto la composición del Estado y el Estado de derecho, como el funcionamiento de la sociedad civil, y en estas circunstancias es impensable que podamos avanzar”.
Luciano García, expresidente de Hagamos Democracia, detalla que lo que se necesita es presionar y arrinconar a Ortega, para que permita unas elecciones “libres, transparentes, justas y observadas”, en un ambiente de restauración de las libertades ciudadanas que incluya libertad irrestricta, liberación de presos políticos, retorno y ‘renacionalización’ de los exiliados, además de reformas electorales.
El canto de los cisnes… negros
“La posibilidad del cambio es factible, por eso es que el liderazgo opositor debe estar listo”, reitera Stuart, validando la tesis de los ‘cisnes negros’, en referencia a los imponderables que, de vez en cuando hacen que cambie la realidad de los países. Entre los que puede mencionarse el asesinato del periodista estadounidense Bill Stewart, que hizo que el Gobierno de Jimmy Carter retirara cualquier apoyo al dictador Anastasio Somoza, y el inesperado triunfo de Violeta Barrios de Chamorro en 1990.
Menciona que en ese entonces al acercarse el colapso del régimen, “los somocistas de cualquier nivel que podían emigrar, lo hacían, y los que no podían irse, enviaban a sus hijos al extranjero… igual que los danielistas ahora”.
Debido a su carácter de imprevisibilidad, nadie puede predecir cuándo surgirá alguno de esos fenómenos, pero sucede lo que Stuart denominó “el proceso interno brutal de desgaste que vive el régimen”, y que se manifiesta, por ejemplo, en el retiro de los pasaportes de funcionarios públicos, la decisión de obligar a los policías a permanecer dentro de ese cuerpo represivo, so pena de encarcelamiento; o los despidos masivos dentro de la Corte Suprema.
Los retos de la oposición
Una transición no será fácil, admiten los consultados por CONFIDENCIAL. No solo porque nadie sabe cuándo ni cómo ocurrirá, sino también porque, a pesar que todos están de acuerdo en que hay que terminar con el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo, la oposición no logra unirse en una sola fuerza, como lo hizo la Unión Nacional Opositora (UNO), en 1989.
“Tiene que haber una oposición creíble”, sentencia Téfel, quien acepta que no habrá “una unidad total”, pero puede haber “una unidad suficiente” que convenza a la población de que en Nicaragua hay suficiente capital humano para gobernar y sacar al país adelante.
Al observar a la oposición actual, María Teresa Blandón señala que los partidos políticos que sobrevivieron están muy golpeados, pero que afortunadamente, hay todo un ecosistema de grupos de la sociedad civil, muchos de ellos, operando desde fuera del país, “que venían trabajando desde antes, que no están improvisando, y que tienen ya un acervo, un conocimiento, un capital, en términos de pensar al país, de construir propuestas para democratizar a Nicaragua”.
Es por ello que considera que ese diálogo entre sociedad civil y agrupaciones partidarias, “tiene que darnos una nueva calidad para prepararnos para esa transición”, reconociendo que en la oposición hay de todo: desde grupos que están más avanzados, más articulados, con más capacidad de diálogo, hasta otros que tienen que aprovechar estas circunstancias para ponerse al día con Nicaragua y con las necesidades de una transición democrática.
Stuart explica que el camino más lógico es que los grupos opositores trabajen con los grupos con los que tengan similitudes, antes que tratar de desaparecer las diferencias con los que les son hostiles. En paralelo, esas fuerzas deben ser capaces de construir tendidos dentro del país.